Teníamos la costumbre
de recostarnos en el suelo con Jorge, sobre el pastal al lado de la cancha de
futbol los sábados en la noche, apenas salíamos de su casa o la mía luego de
haber visto el capítulo de esa noche en la serie La misión del deber. De fondo
teníamos ese techo negro que al despejarse algunas luces dejaba ver, casualmente
muchas de esas noches las nubes estuvieron ausentes, nos entreteníamos con el
destello de aquellas contadas estrellas que lograban verse. Por largos instantes permanecíamos en silencio cazando estrellas fugaces. Aprovechando el paso
de cada una para pedir los ingenuos deseos, que imaginábamos terminarían haciéndose
realidad. Cuando el silencio era interrumpido, presumíamos nuestras novias al
tiempo que nos planteábamos preguntas acerca cual sería nuestro futuro en esos años
por llegar. Hoy años más tarde en otro lugar, pero en la misma cuidad con mi
cabeza cana y con algunas historias pendientes por contar. Me he recostado a
interpretar el mismo cielo, como el músico que lee después de mucho tiempo la
partitura de una canción archivada, olvidada. En ese pastal, el cielo también había
envejecido se notaba opaco, era sábado de nuevo, pero esta vez estaba solo sin
ese amigo, sin su amistad, distanciados por el tiempo. En esta ocasión no había
silencio, un grupo de jóvenes tenían uno de esos aparatos tecnológicos diminutos
con sus estrafalarios parlantes en los que sonaba una canción de esas que
llaman hip hop, con una letra muy adecuada a los devenires que empezaban a aparecerse
por mi memoria.
“De niño tenía fuerza sobrenatural,
saltaba montañas y
despejaba cielos como un vendaval,
tenía hermanos,
primos y parceros.
Hermanas, amigas y
novias amantes de seda de cuerpos electrizados como los aguaceros.
Otra vez de noche. El
pasto sobre el que permanecíamos recostados estaba húmedo, unas gotas eran de
agua otras del sudor emanado. Aliana arriba mío agobiaba mi cara con el meneo de sus senos,
el cielo que alcanzaba a ver tenía una similitud al de esta noche. Ese día el
frío fue intenso, en la tarde había llovido, por eso la piel del pecho y del abdomen
de Aliana lucía brotada por sus poros cerrados. Mis manos huyéndole al frío se refugiaron
agarradas de sus nalgas desnudas debajo de su falda, ayudando a intensificar el
ritmo en cada subida y bajada. Con sus manos ella se sujetaba a la pared trasera de
la capilla, esa que daba justo al respaldo del altar. La fiesta había terminado
a las tres. Nosotros a las cuatro. Agotados de baile y pasión, ella luego de
cerrar su blusa se recostó sobre mí sin cambiar de posición. Por encima de su
hombro mis ojos buscaban aquella luz estelar que al pasar escuchara mi deseo con la intención, de
que pausara ese momento eternamente y que lo cumpliera a cabalidad. Por una
hora nos quedamos dormidos, despertamos justo antes de que empezaran a llegar los
feligreses para la misa dominical de siete.
“ Al que me hizo
llorar, al otro que mi risa vio brotar,
al que llamé enemigo y
al que como yo hoy recuerda lo que fue visto y lo que se dijo.
Hoy pongo al cielo
como testigo, que sigo vivo por lo que cuento recuerdo y revivo.
Eres parte de mi paz,
de mis rabias y de los designios,
Si en mi vida
estuviste, como cicatriz o caricia vuelvo a sentirte.
Cicatrices como días,
caricias como noches”
Alguna vez de esas,
recostados mirando al cielo han sentido que son atraídos a una caída infinita,
o que el cielo al mover sus nubes causa esa sensación de que estamos volando. Con
las piernas estiradas sujetaba al pequeño Dilan, lanzándolo hacía ese fondo azul
y recibiéndolo devuelto al rebotar con los algodones blancos, recostado sobre el tapete
verde en la planicie de una montaña de la sabana. Dilan reía con todo el ímpetu
de su niñez haciendo estremecer mi corazón. Su felicidad era inevitable, yo
disfrutaba verlo alzarse en vuelo desacomodando el viento que arriba sostenía las
cometas icónicas que cada agosto repuntan sobre el cielo bogotano.
“Cuando me vaya no
cierres tu puerta sin darle el adiós a mi recuerdo,
por mi parte te voy a llevar en esta canción,
que sabe a ti como a
mí porque habla de los dos:
por eso no te alejes disgustado
y que te gane la rabia,
cuando en nuestros
corazones hay amor todavía.
Cuando el tiempo nos aparte,
nómbrame en paz, como
lo hago yo ahora que te llamo a mi lado.
sin pausar
singular
sin parar
sin dudar.”
La música se acabó, esa
canción desconocida en mis recuerdos se implantó. Mientras mis ojos ebrios de
firmamento buscaban a esa estrella que tantas veces los sábados pasó a
visitarme, en las diferentes épocas en las que me recosté a esperar cuando
llegara a presumir su alegría mientras yo aprovechaba la oscuridad para esconder
la sombra mía.