Las bocas están hechas de palabras y los besos son su alma.
El aire sabía a sus
palabras. Llegó a la tienda como acostumbra en las tardes a abastecerse. Unas veces
lleva granos, aromáticas, café, galletas, arroz, algunos paquetes y un par de
cervezas. Para que no tenga que caminar lejos de aquí, me he abastecido de algunas legumbres,
las que le he escuchado decir que le gusta comprar junto con esas sopas instantáneas
y mucho queso.
Su boca esta cerrada, es esquiva y delincuente.
Llevaba
cuatro días sin pasar a comprar. Por poco me encuentra esperándola por tercer
día en la entrada mirando hacia los dos lados de la calle, a pesar de que sé
muy bien por donde es que llega habitualmente. Justo antes de entrarme a
atender un cliente que estaba entrando en la tienda, como un animal doméstico, sentí su presencia. Eso nunca me había pasado y tampoco me quise ilusionar, sentí que me
estaba sugestionando. Solo me faltó echarme en la entrada y empezar a gemir. Estaba
muy atractiva, a pesar de que se le notaba cansada. Sobraba preguntárselo, sentí
que no debía hacerlo, por eso mejor decidí obsequiarle dos de esos caramelos que
de vez en cuando lleva.
– Llévelos para que endulce su semana, y se escape por un momento de la cotidianidad, un obsequio – Le dije mientras le empacaba lo que compró en la bolsa que siempre carga para sus compras. Su boca dispuso una menguada sonrisa sincera y atractiva.
Boca que sabe lo que tiene. Muerde negando su deseo
al tiempo que miente.
Yo no soy muy bueno hablando,
se puede decir que soy un ser ahorrativo de palabras. Observo, escucho y
respondo. Algunos clientes llegan y se ponen a hablar, a contarme sus vidas sin
preguntarles. Mi labor consiste en escucharlos contestando apenas lo necesario.
Ese martes se pusieron de acuerdo los clientes frecuentes, me enteré de tantas historias
como no me había pasado nunca, muchas de las que la verdad no tenía necesidad
de enterarme, quería saber de ella, llevaba varios días pasando de afán, su
horario había cambiado. Apenas si se dejaba ver, su tiempo era escaso. Cuando
estaba llegando la hora de cerrar llegó afanada saludó, sudaba. Compró, pagó y
como si en la puerta hubiera un cartel que dijera, además de atender la tienda me
gusta escuchar sus historias, ella también traía la suya. Desconociendo de
entrada que me sé muchas de las que tantas veces ha ido hablando mientras usa
su teléfono. Me contó sobre un asenso en su trabajo, de lo feliz que eso la tenía,
que su tiempo debido a eso se había reducido y que llevaba tres días llegando y encontrando cerrado. Que ese día se había podido escapar antes para poder abastecerse. Había tenido que comprar algunas cosas cerca de
su trabajo, mas costosas y de menor calidad. Compró más de lo que podía llevar
sin pensar en ello, obligándose a comprar bolsas plásticas. Eso me hizo entender
que esa era la oportunidad de poderla acompañar, y de paso poder seguir escuchándola.
Se lo hice saber, le pedí que me esperara mientras cerraba, la ayudaría a
llevar todo, para que no tuviera que dejar nada. Dejé pendientes las cuentas de
cierre para el día siguiente. Caminamos hasta su apartamento, ella era la
encargada de llevar las riendas de la conversación. Yo la escuchaba como a una
canción, esa que te sabes, no completa, pero que gustosamente estas dispuesto a
aprendértela. Al terminar de dejarla con sus compras. Allí de pie en la puerta
de la entrada, me regaló en agradecimiento un extraño vaso porta esferos para
que le diera uso en la caja registradora. Me despidió lanzándome un beso
volador que dejó una estela de neón brillante en su recorrido, hasta
alcanzarme.
Me debes un beso prometido, que me dispongo a cobrar.
En nuestra conversación,
mientras ella decía la mayoría de las cosas. Intercambiamos los números de teléfono,
en adelante ella, me regalaría una llamada para pedir que le tuviera listas las
cosas que estuviera necesitando. Al cierre la esperaba. Hice poner una reja,
por seguridad claramente, para poder atender a los que como ella llegaban tarde.
Gracias a ella y su nueva hora de llegada, descubrí nuevos clientes, esa gente
nocturna, aquellos que constantemente se la pasan huyéndole al día. Apenas
llegaba le hacía pasar, tenía las cuentas listas y empezamos a volver cariño el
hecho de acompañarnos, ella vive cerca a la tienda. Yo debo ir un poco más
lejos. Para eso utilizo la bicicleta. Nos vamos llevando sus compras, ella
lleva mi bicicleta, yo sus bolsas de tela, tuvo que comprar dos más, una sola se
quedaba corta y no es de su gusto gastar en bolsas plásticas, al inicio eso me
parecía mal. La verdad me pasaba con muchos clientes pensando en mi negocio, no en
la razón que los motiva a no gastarse el dinero en algo que después de usado se
debe desechar. A la semana de andar en esas, en agradecimiento ella me invitó a
comer, en un sitio de comidas nuevo. También empezó a despedirse de beso en la
mejilla. Ese fue un avance enorme.
El sabor
de tu boca.
Era un miércoles, ella se pudo
escapar del trabajo mucho antes, mientras la tienda tenía el aviso que puse el día
anterior – Mañana atiendo hasta las ocho de la noche -. Muchos advirtieron que
tenía una cita, aunque no me lo dijeron directamente. Desde la hora del
almuerzo me había puesto la ropa que llevaría a la cita. La noche tenía un dulce
olor a flores.
Al lado de la parada del bus,
un local de comidas rápidas tenía la visita de un cliente infrecuente, de
mirada atenta a cada bus que se detenía. Pidió solo una bebida, en su mano izquierda
una bolsa de papel portaba lo que parecía ser un regalo. Era joven, aunque su
semblante se asemejaba al de un hombre mayor.
Desde la parara del bus no
tuvimos que caminar mucho hasta el lugar al que ella me había invitado, la
especialidad era comida latina y las bebidas también. La música era agradable, ella
parecía más ligera, sus movimientos eran sencillos y despreocupados. Estaba diáfana
y alegre, esa noche me sentí confiado y hablé tanto como ella, lo que no pude
dejar de hacer continuamente fue mirar su boca, a la espera de una señal, de un
gesto que le diera la pauta del acercamiento a la mía. De regreso a su casa el
tiempo se desprendió de las cosas, todo hacía referencia a ella. Cuando
estuvimos en la entrada de su apartamento me agradeció por el regalo, yo por enésima
vez lo hice por la invitación. Nos despedimos sin que me lo esperara, ella empezaba
a cerrar la puerta sonriendo y fue allí cuando su boca hizo el gesto que la mía
entendió de inmediato como la inercia similar que emanan los eclipses formaron una luz y su sola sombra.
Con el ímpetu de cada labio y la necesidad de ese beso
extraviado, nos rendimos al tributo inevitable de la atracción.
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