sábado, 5 de diciembre de 2020

Ciudad Muerta (Parte 1)

 







La ciudad ausente de fuego, apremiaba por quienes pudieran fabricarlo. Nosotros teníamos un experto en exorcizar el demonio flameante de cualquier madero.

Nuestros huesos urgían por un poco de calor. Existía el rumor de que la única planta eléctrica que todavía funcionaba estaba cerca. Nadie estaba seguro de su ubicación precisa, en el fondo perseguíamos un mito. Pero las fuentes eran confiables. Cora la mujer de ojos ocultos tras un tatuaje a manera de antifaz  y dos de sus acompañantes amenizaban el camino cantando los etéreos temas de Confort y Música para volar, tenían el CD pero no había como reproducirlo, ese era para mí el afán apremiante, mi cuerpo extrañaba el sonido de la música por encima del frío desgarrador. “Come de mí come de mi carne, tomate el tiempo en desmenuzarme” desafiábamos la inclemencia del clima, cantando. La ropa de todos parecía ser oscura. Sin luz en la penumbra todos los colores se ven iguales. Debido a que la ciudad con sus constantes y densas nubes, tenía el único atractivo en sus bajas temperaturas, encontrarse a otras personas con nuestras intenciones pacíficas era una lotería, la noche le daba a todo el aspecto de un enorme cementerio, en el que los seres intangibles se movían a sus anchas y las edificaciones usaban sus ventanas como ojos para velar nuestra marcha. Si escuchamos algún ruido, nos dirigíamos al lugar en busca de la razón, que casi siempre se trataba de algún animal, y con ello la posibilidad de poder encontrar carne, con la ayuda de Franco, un perro marrón que se había convertido en nuestro guía y amo de los hallazgos fortuitos. Debíamos tener gran cuidado sobre todo al ingresar a las casas viejas, porque el deterioro nos había jugado unas pasadas truculentas en las que hasta Franco había caído y por esa razón llevaba una de sus patas traseras lastimada. Nuestro recorrido se debía hacerse en las noches, debido a que los contados habitantes se resguardaban juntos para compartirse el poco calor. Estaban en agrupados al igual que nosotros , eso había hecho que tuviésemos encuentros con enfrentamientos para no dejarnos robar las cosas útiles que teníamos recolectadas, pocos eran los momentos de poder hacer intercambios amistosos.

Entre nosotros estaba Kurt un pelao de unos dieciséis que tenía un talento especial para contabilizar el tiempo, ya que los pocos relojes que había en el inventario funcionaban con enormes diferencias horarias. Él se encaraba de tenernos al tanto y de advertirnos cada que pasaban dos horas  para detenernos a descansar un poco. Para guiarnos estaba un hombre que superaba los cuarenta, Mark, él se conocía la cuidad tan bien que aprovechaba cada atajo para que ganáramos el tiempo necesario, que le restaba metros alentadores al recorrido. También había sido quien había podido ubicar con precisión donde se encontraba el lugar al que nos dirigíamos, que a punta de señas nos había sido dado. Por esa razón era que nos habíamos embarcado en ese peregrinaje. Esa noche logramos encontrar un lugar adecuado para preparar alimentos usando fuego, de las manos de Yulls, talentoso a la hora de hacerle brotar fuego a la madera friccionando de la manera adecuada, y como lo decía Mark, a la manera de la vieja escuela. De lo único que debíamos cuidarnos era que el destello de la llama no pudiera verse, para eso teníamos una campana metálica que además de ocultar las llamas, funcionaba como un calentador y el humo lo desviábamos mediante un tubo para que no nos delatara acomodándolo a nuestra conveniencia, para que pudiéramos acercarnos lo suficiente a apaciguar el insoportable viento gélido por turnos. Los más vulnerables podían aprovechar para dormir. Mientras el resto trabajábamos en la preparación de la comida de acuerdo a como nos correspondiera el turno. En nuestro clan existía una ley que no podía sabotearse, cada uno debía enseñar a los otros sus conocimientos y destrezas, de tal manera que si esa persona cambiaba de rumbo o le pasaba algo grave, los que mejor le hubieran aprendido lo sucedían. Eso también sería útil si llegado el caso nos tuviéramos que separar, cada uno tendría los conocimientos suficientes para afrontar el peregrinaje solo, o por si el grupo debía reducirse. Además todo lo que pudiera aprenderse, iba a ser un recurso formidable para la segunda parte de nuestro plan, encontrar un lugar, para radicarnos. Un lugar con mejores condiciones ambientales, con tierra para sembrar, agua potable, la poca que quedaba, el lugar en donde armar nuestro propio hogar, para dejar de ser nómadas buscadores y además liberarnos de nuestra carga que aumentaba a medida que nos encontrábamos cosas todavía útiles. Muchas de estas no serían usadas en nuestro recorrido inmediato. Pero de acuerdo a lo planeado serían primordiales para cuando arribáramos. Todos estábamos enterados de cada paso del plan por el bien común, lo cual mantenía nuestras mentes enfocadas en lograr coronar completos.

A la mañana siguiente antes de que amaneciera por completo, habíamos ubicado un lugar en el que nos quedaríamos a descansar, para dormir por turnos y recobrar las fuerzas necesarias, que la noche nos exigía para seguir. Todos nos encontrábamos descansando cuando los vigías dieron la alarma. Estábamos siendo asediados por unos saqueadores que al ver la cantidad que éramos y las cosas que llevábamos, preparaban el ataque para robarnos. El primer paso defensivo que debemos llevar a cabo, apenas se presenta un ataque es empezar a armar el caracol. Este consiste en ubicar el centro de la situación y allí poner a los más vulnerables, junto con las cosas de importantes,  en ese orden ir enroscándonos hasta que en las dos últimas vueltas de la espiral queden los peleadores mejor dotados que le hacen frente directo al rival. Contando con la suerte de que los mejores tiradores de las caucheras estén lo mejor ubicados para que a punta de pedradas den de baja al mayor número atacantes. Lograr que los tiradores  se ubiquen es elemental y nos ha funcionado tanto que el ataque no logra hacer daños importantes. Pero como nuestra estrategia no depende linealmente de nuestro rígido orden, porque de acuerdo a la distribución de las cosas que nos rodeaban varían los flancos desprotegidos y las veces que el enemigo los encuentra o dan con la suerte de topárselos, es por ahí que podemos tener bajas importantes. Así nos ocurrió esa mañana, por dos flancos recibimos ataques que si no hubiera sido por la reacción oportuna uno había sido roto permitiéndoles llegar al centro. En resumen las perdidas jugaron a favor, la suerte además nos favoreció, el grupo de saqueadores fue ínfimo a comparación de nuestros números. Por esa razón pudimos esperar hasta que todos nos alimentáramos. La comida consistió en un caldo hecho con dos enclenques buitres que habían sido  cazados, gracias a la carnada de dos ratas muertas que se les habían dejado. Durante ese corto lapso de tiempo pensé, de nuevo, en mi rabia sobre esa época en la que me había tocado vivir. Ese ambiente hostil constante en el que debíamos estar alerta de todo y cada persona ajena al clan significaba un enemigo potencial. Me hubiera gustado haber vivido en aquella en la que la gente tenía otro tipo de experiencias, existían familias completas y se compartían otras cosas que nada tenían que ver con lo que a diario nos enfrentábamos. Odiaba además a todos los que provocaron el colapso de la sociedad y sus recursos, definitivamente no pensaron en el futuro, por lo menos eso decía constantemente el viejo Colt quien nos contaba historias de esos tiempos en especial, él pudo vivir esa última epata de la sociedad decadente, lloraba recordándolo. Por mi parte me hubiese gustado vivirlo y haberme quedado allí, sus historias eran fantásticas y fantaseaba siendo el protagonista de muchas de ellas. Las dos últimas peleas dejaron por nuestro lado muerto a Chess el cuentero que con sus narraciones inventadas amenizaba las pausas, además quedó destrozada la carroza donde llevábamos las tres gallinas que hasta ahora habíamos capturado. Así que la mayoría de las veces que hemos logrado encender el fuego por menos de una hora. Para evitar asedios. Aprovechamos para poder azar los animales cazados y guardar su carne tostada, que en el camino nos podemos repartir y de esa manera descansar de la que se lleva salada, que es la mayoría ya que la azada es una suerte por el tiempo y el riesgo que nos lleva.

Todos tenían una función definida, yo hacía de todo, pero al final sentía que no encajaba, que mi vida no era esa. Sentía que estaba viviendo un sueño forzado, recurrente, odioso. La única cosa que tenía definida era acompañarlos a todos hasta encontrar el lugar para que los demás se radicaran. No me veía del todo con ellos y mi primera intención era devolverme a buscar a aquellas personas que habíamos marcado para rescatar. Gente sola radicada en ciertos lugares pero que no duraría mucho, también algunas familias con uno que otro niño sano. estas personas merecían ser llevadas a ese lugar para que no afrontaran la desdicha solos.

El día se pasó muy rápido. Cuando todavía no estábamos preparados para reiniciar la marcha. Mark nos reunió a todos. Pidió que comiéramos antes de lo acostumbrado. Había estado revisando la zona detenidamente, sacó los cálculos necesarios y llegó a la conclusión de que si esa noche caminábamos haciendo una parada de una hora apenas, podíamos llegar al lugar en el que debía estar la planta, antes o un poco después del amanecer. Esa noticia nos dio el entusiasmo que necesitábamos para dejar el cansancio de un lado. Por mi parte había podido dormir únicamente hora y media, no podía quejarme, Mark solo había dormitado por veinte minutos. Nos encaminamos a media marcha, no era necesario apresurarse, con los cálculos a ese ritmo el pronóstico de Mark daba tal cual nos lo había dicho. La noche avanzó a grandes pasos, no se presentaron inconvenientes y hasta logramos inspeccionar una fábrica de telas. Nos hacía falta algo así, sobre todo para cubrirnos del frío en los momentos en que el clima nos obligaba a hacer paradas no planeadas. Por su parte la temperatura fue agradable, así lo sentimos casi todos. Pero la verdad yo percibí que la ansiedad por logar llegar al fin, nos envolvía, así que el clima paso a un segundo plano. El cálculo de Mark falló una hora diez minutos luego del amanecer según las cuentas de Kurt. El lugar al que llegamos nos dejó desinflados. La planta eléctrica estaba destrozada completamente, con las torres caídas y un silencio sepulcral. Algunas de las mujeres lloraron desconsoladas. Lo que más nos impactó fue ver la cara de Mark, se notaba vencido y desorientado. Buscamos donde detenernos a recobrar fuerzas, los que más cansados se encontraban se tumbaron en el suelo para dormir, en realidad éramos todos pero alguien tenía que montar guardia. Dejaron la decisión de ese trabajo a quienes nos ofrecimos a cuidar. Mark pidió perdón por lo sucedido, pero nadie se lo reprochó. Finalmente ese era un riesgo posible, así que todos aceptamos entendiendo la mala suerte.

De vigilar nos encargamos diez personas, dominados por la desilusión. Pasada una hora, a nuestro lado llegó Mark. No advertimos cuando se había alejado de todos, al verlo pensamos que se había apartado para dejar salir la rabia y la culpa que él mismo se estaba poniendo a cuestas. Llegó afanado, nos puso en alerta su llegada abrupta, pensamos que se aproximaba un ataque por su expresión afanosa. Pero la sonrisa que le llenaba el rostro, nos tranquilizó justo cuando íbamos a dar la alerta. Había logado encontrar la ubicación de la planta. Estaba oculta. La que teníamos ante nuestros ojos al parecer era una fachada para despistar a los mal intencionados. Logró encontrar una puerta, en el papel que llevaba las indicaciones del lugar, tenía apuntada una dirección con una letra diferente a la suya, no la había revisado antes porque creyó que era un apunte por aparte que ya había estado en el papel desde antes de poner las indicaciones con su puño. Al momento de preparar el ingreso, organizó un grupo pequeño para que le ayudaran a llevar diferentes cosas que usaría para proponer intercambio, cosas que consideraba serían útiles para ser usadas en el lugar. comida, elementos electrónicos, dos baterías, música y una que otra curiosidad. La comitiva estaba formada por cinco personas incluido yo. Mark en el momento de hablar con quién le dio las indicaciones, fue informado de los gustos el hombre que mantenía el lugar, eso consideraba él, era crucial poder ingresar y recargar las baterías que mucho nos podían servir. Entre las cosas que llevamos también habían dos linternas recargables que habíamos estado necesitando con urgencia, una de esas estaba golpeada y algo le sonaba por dentro, la levamos para averiguar si tenía solución o si estaba dañada, guardábamos la esperanza de que no. Antes de dirigirnos a la entrada, Mark pidió que otra persona nos acompañara para que se quedara en la puerta, esperando por si se necesitaba algo más. Con la aprobación de todos él tenía permiso para ofrecer hasta comida de acuerdo a las cosas útiles que encontráramos en ese lugar. La carne seca, una de las gallinas y las legumbres que el viejo Colt con Sheila la pareja de Mark cultivaban en una de las carrozas provistas para ello. Al inicio del recorrido, todos teníamos una carroza propia con nuestras cosas, pero cuando el clan se fue armando y decidimos empezar a hacer el recorrido, con el rumor de la existencia del lugar en el que nos encontrábamos, los más experimentados y los mayores decidieron que solo nos llevaríamos cuatro. Muchas de las que teníamos las usábamos para dormir en las noches, y eran muy útiles. Hechas de madera y partes plásticas de muebles o construcciones abandonadas. Eran nuestros techos ambulantes que durante el recorrido habíamos tenido que cambiar por retazos grandes de carpas y plásticos que enrollábamos a las carrosas para que se pudieran cargar mejor. Desde donde inició el viaje, todos dejamos cosas importantes para hacer más cómodo el recorrido.

El lugar estaba habitado por un hombre de mayor edad que Mark junto con su hijo adolescente, nos recibió en una bodega subterránea, que mantenía y cuidaba con sus propias medidas de seguridad, contaba con un equipo de transmisión radial, el lugar pasaba inadvertido gracias a su hermetismo. El hombre cuenta con un sinnúmero de dispositivos y aparatos eléctricos muy parecidos a los que se encontraban deteriorándose en las casas abandonadas. Todo allí funcionaba. La planta tenía armados en su interior unos molinos que eran los encargados de generar la electricidad para todo lo que necesitaban. Lo más impactante era el techo corredizo que dejaba ver el cielo en muy buena parte, antes de encontrarlo creíamos que lo mejor del lugar eran las cámaras como la que tenía oculta en la entrada por donde ingresamos, por la cual nos identificó, aunque realmente ya nos había visto por la del techo. El techo daba justo sobre la huerta que el señor llamado Job junto con el joven Perci, mantenían cultivada. Propusimos el trueque y contrario a nuestros pensamientos sobre lo que nos iba a pedir. Job quiso saber si llevábamos agua, puesto que la que el logaba reunir venía de un sistema canalizado desde un tubo que llegaba a una casa aledaña, con esta tenía un problema, solo podía usarla para regar sus plantas y de vez en cuando para bañarse. La otra opción que tenía era la que filtraba por el techo decantada por la humedad y las lluvias. Por nuestra parte teníamos la que usábamos para comer cargada en la cantidad de recipientes plásticos que llevaban las carrosas atados alrededor. Debido al clima no podíamos bañarnos continuamente, las mujeres eran la que si aprovechaban cada fuente de agua para asearse cuando se podía, aprovechando los mismos lugares en los que nos deteníamos a abastecernos. El agua nuestra no era transparente como nos contó Colt que debía ser, siempre tenía un color amarillento, pero aun así tenía mejor aspecto que  la del señor Job. Nos contó que tenía otro hijo, el mayor quien los había dejado para dedicarse a explorar. Y cuando regresaba le llevaba semillas y aquellas cosas útiles que no tenía, de a poco habían ido dándole a ese lugar el aspecto y la vida que le permitían vivir cómodamente. Su hijo mayor conocía muchos lugares y personas que se habían instalado, como ellos, donde subsistían supliéndose  y aprovechando los medios que el lugar les daba.  

El hijo mayor de Job se llama Malcom, quién llevaba un transmisor de radio con el que reproducía música y animaba a quien lo escuchaba a conservar las cosas aprovechables en los diferentes lugares que iba pasando. Cuando deja de transmitir, su hermano toma el control desde la planta programando la música del gran repertorio que han logrado reunir. Con Perci estuve hablando y a pesar de que somos de la misma generación tiene el comportamiento de una persona adulta, pero agradable. Él me contó que su hermano lleva una batería de panel solar consigo, mediante la cual les es posible estar constantemente comunicados. Además de un walkie  talkie potente para cuando necesitan hablar directamente.


¿El clan habrá caído en una trampa al llegar a ese lugar tan equipado?

¿Es verdad lo del segundo hijo?

 Continua la lectura aquí...

 https://rudyantoniosilva.blogspot.com/2020/12/ciudad-muerta-parte-2-final.html





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