La ciudad ausente de fuego,
apremiaba por quienes pudieran fabricarlo. Nosotros teníamos un experto en exorcizar
el demonio flameante de cualquier madero.
Nuestros huesos urgían por un poco de calor. Existía el rumor de que la única planta eléctrica que todavía funcionaba estaba cerca. Nadie estaba seguro de su ubicación precisa, en el fondo perseguíamos un mito. Pero las fuentes eran confiables. Cora la mujer de ojos ocultos tras un tatuaje a manera de antifaz y dos de sus acompañantes amenizaban el camino cantando los etéreos temas de Confort y Música para volar, tenían el CD pero no había como reproducirlo, ese era para mí el afán apremiante, mi cuerpo extrañaba el sonido de la música por encima del frío desgarrador. “Come de mí come de mi carne, tomate el tiempo en desmenuzarme” desafiábamos la inclemencia del clima, cantando. La ropa de todos parecía ser oscura. Sin luz en la penumbra todos los colores se ven iguales. Debido a que la ciudad con sus constantes y densas nubes, tenía el único atractivo en sus bajas temperaturas, encontrarse a otras personas con nuestras intenciones pacíficas era una lotería, la noche le daba a todo el aspecto de un enorme cementerio, en el que los seres intangibles se movían a sus anchas y las edificaciones usaban sus ventanas como ojos para velar nuestra marcha. Si escuchamos algún ruido, nos dirigíamos al lugar en busca de la razón, que casi siempre se trataba de algún animal, y con ello la posibilidad de poder encontrar carne, con la ayuda de Franco, un perro marrón que se había convertido en nuestro guía y amo de los hallazgos fortuitos. Debíamos tener gran cuidado sobre todo al ingresar a las casas viejas, porque el deterioro nos había jugado unas pasadas truculentas en las que hasta Franco había caído y por esa razón llevaba una de sus patas traseras lastimada. Nuestro recorrido se debía hacerse en las noches, debido a que los contados habitantes se resguardaban juntos para compartirse el poco calor. Estaban en agrupados al igual que nosotros , eso había hecho que tuviésemos encuentros con enfrentamientos para no dejarnos robar las cosas útiles que teníamos recolectadas, pocos eran los momentos de poder hacer intercambios amistosos.
Entre nosotros estaba Kurt
un pelao de unos dieciséis que tenía un talento especial para contabilizar el
tiempo, ya que los pocos relojes que había en el inventario funcionaban con
enormes diferencias horarias. Él se encaraba de tenernos al tanto y de
advertirnos cada que pasaban dos horas para
detenernos a descansar un poco. Para guiarnos estaba un hombre que superaba los
cuarenta, Mark, él se conocía la cuidad tan bien que aprovechaba cada atajo
para que ganáramos el tiempo necesario, que le restaba metros alentadores al
recorrido. También había sido quien había podido ubicar con precisión donde se
encontraba el lugar al que nos dirigíamos, que a punta de señas nos había sido
dado. Por esa razón era que nos habíamos embarcado en ese peregrinaje. Esa
noche logramos encontrar un lugar adecuado para preparar alimentos usando
fuego, de las manos de Yulls, talentoso a la hora de hacerle brotar fuego a la
madera friccionando de la manera adecuada, y como lo decía Mark, a la manera de
la vieja escuela. De lo único que debíamos cuidarnos era que el destello de la
llama no pudiera verse, para eso teníamos una campana metálica que además de
ocultar las llamas, funcionaba como un calentador y el humo lo desviábamos
mediante un tubo para que no nos delatara acomodándolo a nuestra conveniencia,
para que pudiéramos acercarnos lo suficiente a apaciguar el insoportable viento
gélido por turnos. Los más vulnerables podían aprovechar para dormir. Mientras
el resto trabajábamos en la preparación de la comida de acuerdo a como nos
correspondiera el turno. En nuestro clan existía una ley que no podía sabotearse,
cada uno debía enseñar a los otros sus conocimientos y destrezas, de tal manera
que si esa persona cambiaba de rumbo o le pasaba algo grave, los que mejor le
hubieran aprendido lo sucedían. Eso también sería útil si llegado el caso nos
tuviéramos que separar, cada uno tendría los conocimientos suficientes para
afrontar el peregrinaje solo, o por si el grupo debía reducirse. Además todo lo que
pudiera aprenderse, iba a ser un recurso formidable para la segunda parte de
nuestro plan, encontrar un lugar, para radicarnos. Un lugar con mejores
condiciones ambientales, con tierra para sembrar, agua potable, la poca que
quedaba, el lugar en donde armar nuestro propio hogar, para dejar de ser nómadas
buscadores y además liberarnos de nuestra carga que aumentaba a medida que nos encontrábamos
cosas todavía útiles. Muchas de estas no serían usadas en nuestro recorrido
inmediato. Pero de acuerdo a lo planeado serían primordiales para cuando
arribáramos. Todos estábamos enterados de cada paso del plan por el bien común,
lo cual mantenía nuestras mentes enfocadas en lograr coronar completos.
A la mañana siguiente antes
de que amaneciera por completo, habíamos ubicado un lugar en el que nos
quedaríamos a descansar, para dormir por turnos y recobrar las fuerzas
necesarias, que la noche nos exigía para seguir. Todos nos encontrábamos
descansando cuando los vigías dieron la alarma. Estábamos siendo asediados por
unos saqueadores que al ver la cantidad que éramos y las cosas que llevábamos,
preparaban el ataque para robarnos. El primer paso defensivo que debemos llevar
a cabo, apenas se presenta un ataque es empezar a armar el caracol. Este
consiste en ubicar el centro de la situación y allí poner a los más
vulnerables, junto con las cosas de importantes, en ese orden ir enroscándonos hasta que en
las dos últimas vueltas de la espiral queden los peleadores mejor dotados que
le hacen frente directo al rival. Contando con la suerte de que los mejores
tiradores de las caucheras estén lo mejor ubicados para que a punta de pedradas
den de baja al mayor número atacantes. Lograr que los tiradores se ubiquen es elemental y nos ha funcionado
tanto que el ataque no logra hacer daños importantes. Pero como nuestra
estrategia no depende linealmente de nuestro rígido orden, porque de acuerdo a
la distribución de las cosas que nos rodeaban varían los flancos desprotegidos
y las veces que el enemigo los encuentra o dan con la suerte de topárselos, es
por ahí que podemos tener bajas importantes. Así nos ocurrió esa mañana, por
dos flancos recibimos ataques que si no hubiera sido por la reacción oportuna uno
había sido roto permitiéndoles llegar al centro. En resumen las perdidas
jugaron a favor, la suerte además nos favoreció, el grupo de saqueadores fue
ínfimo a comparación de nuestros números. Por esa razón pudimos esperar hasta que
todos nos alimentáramos. La comida consistió en un caldo hecho con dos
enclenques buitres que habían sido cazados,
gracias a la carnada de dos ratas muertas que se les habían dejado. Durante ese
corto lapso de tiempo pensé, de nuevo, en mi rabia sobre esa época en la que me
había tocado vivir. Ese ambiente hostil constante en el que debíamos estar
alerta de todo y cada persona ajena al clan significaba un enemigo potencial.
Me hubiera gustado haber vivido en aquella en la que la gente tenía otro tipo
de experiencias, existían familias completas y se compartían otras cosas que
nada tenían que ver con lo que a diario nos enfrentábamos. Odiaba además a
todos los que provocaron el colapso de la sociedad y sus recursos,
definitivamente no pensaron en el futuro, por lo menos eso decía constantemente
el viejo Colt quien nos contaba historias de esos tiempos en especial, él pudo
vivir esa última epata de la sociedad decadente, lloraba recordándolo. Por mi
parte me hubiese gustado vivirlo y haberme quedado allí, sus historias eran
fantásticas y fantaseaba siendo el protagonista de muchas de ellas. Las dos
últimas peleas dejaron por nuestro lado muerto a Chess el cuentero que con sus
narraciones inventadas amenizaba las pausas, además quedó destrozada la carroza
donde llevábamos las tres gallinas que hasta ahora habíamos capturado. Así que la
mayoría de las veces que hemos logrado encender el fuego por menos de una hora.
Para evitar asedios. Aprovechamos para poder azar los animales cazados y guardar
su carne tostada, que en el camino nos podemos repartir y de esa manera descansar
de la que se lleva salada, que es la mayoría ya que la azada es una suerte por
el tiempo y el riesgo que nos lleva.
Todos tenían una función
definida, yo hacía de todo, pero al final sentía que no encajaba, que mi vida
no era esa. Sentía que estaba viviendo un sueño forzado, recurrente, odioso. La
única cosa que tenía definida era acompañarlos a todos hasta encontrar el lugar
para que los demás se radicaran. No me veía del todo con ellos y mi primera
intención era devolverme a buscar a aquellas personas que habíamos marcado para
rescatar. Gente sola radicada en ciertos lugares pero que no duraría mucho, también algunas familias con uno que otro niño sano. estas personas merecían ser llevadas a ese lugar para que no afrontaran la
desdicha solos.
El día se pasó muy rápido.
Cuando todavía no estábamos preparados para reiniciar la marcha. Mark nos
reunió a todos. Pidió que comiéramos antes de lo acostumbrado. Había estado
revisando la zona detenidamente, sacó los cálculos necesarios y llegó a la
conclusión de que si esa noche caminábamos haciendo una parada de una hora
apenas, podíamos llegar al lugar en el que debía estar la planta, antes o un
poco después del amanecer. Esa noticia nos dio el entusiasmo que necesitábamos
para dejar el cansancio de un lado. Por mi parte había podido dormir únicamente
hora y media, no podía quejarme, Mark solo había dormitado por veinte minutos.
Nos encaminamos a media marcha, no era necesario apresurarse, con los cálculos
a ese ritmo el pronóstico de Mark daba tal cual nos lo había dicho. La noche
avanzó a grandes pasos, no se presentaron inconvenientes y hasta logramos
inspeccionar una fábrica de telas. Nos hacía falta algo así, sobre todo para
cubrirnos del frío en los momentos en que el clima nos obligaba a hacer paradas
no planeadas. Por su parte la temperatura fue agradable, así lo sentimos casi
todos. Pero la verdad yo percibí que la ansiedad por logar llegar al fin, nos
envolvía, así que el clima paso a un segundo plano. El cálculo de Mark falló
una hora diez minutos luego del amanecer según las cuentas de Kurt. El lugar al
que llegamos nos dejó desinflados. La planta eléctrica estaba destrozada
completamente, con las torres caídas y un silencio sepulcral. Algunas de las
mujeres lloraron desconsoladas. Lo que más nos impactó fue ver la cara de Mark,
se notaba vencido y desorientado. Buscamos donde detenernos a recobrar fuerzas,
los que más cansados se encontraban se tumbaron en el suelo para dormir, en
realidad éramos todos pero alguien tenía que montar guardia. Dejaron la
decisión de ese trabajo a quienes nos ofrecimos a cuidar. Mark pidió perdón por
lo sucedido, pero nadie se lo reprochó. Finalmente ese era un riesgo posible,
así que todos aceptamos entendiendo la mala suerte.
De vigilar nos encargamos
diez personas, dominados por la desilusión. Pasada una hora, a nuestro lado
llegó Mark. No advertimos cuando se había alejado de todos, al verlo pensamos
que se había apartado para dejar salir la rabia y la culpa que él mismo se
estaba poniendo a cuestas. Llegó afanado, nos puso en alerta su llegada abrupta,
pensamos que se aproximaba un ataque por su expresión afanosa. Pero la sonrisa
que le llenaba el rostro, nos tranquilizó justo cuando íbamos a dar la alerta. Había
logado encontrar la ubicación de la planta. Estaba oculta. La que teníamos ante
nuestros ojos al parecer era una fachada para despistar a los mal
intencionados. Logró encontrar una puerta, en el papel que llevaba las
indicaciones del lugar, tenía apuntada una dirección con una letra diferente a
la suya, no la había revisado antes porque creyó que era un apunte por aparte
que ya había estado en el papel desde antes de poner las indicaciones con su
puño. Al momento de preparar el ingreso, organizó un grupo pequeño para que le
ayudaran a llevar diferentes cosas que usaría para proponer intercambio, cosas
que consideraba serían útiles para ser usadas en el lugar. comida, elementos
electrónicos, dos baterías, música y una que otra curiosidad. La comitiva
estaba formada por cinco personas incluido yo. Mark en el momento de hablar con
quién le dio las indicaciones, fue informado de los gustos el hombre que
mantenía el lugar, eso consideraba él, era crucial poder ingresar y recargar
las baterías que mucho nos podían servir. Entre las cosas que llevamos también
habían dos linternas recargables que habíamos estado necesitando con urgencia,
una de esas estaba golpeada y algo le sonaba por dentro, la levamos para
averiguar si tenía solución o si estaba dañada, guardábamos la esperanza de que
no. Antes de dirigirnos a la entrada, Mark pidió que otra persona nos
acompañara para que se quedara en la puerta, esperando por si se necesitaba
algo más. Con la aprobación de todos él tenía permiso para ofrecer hasta comida
de acuerdo a las cosas útiles que encontráramos en ese lugar. La carne seca,
una de las gallinas y las legumbres que el viejo Colt con Sheila la pareja de
Mark cultivaban en una de las carrozas provistas para ello. Al inicio del
recorrido, todos teníamos una carroza propia con nuestras cosas, pero cuando el
clan se fue armando y decidimos empezar a hacer el recorrido, con el rumor de
la existencia del lugar en el que nos encontrábamos, los más experimentados y
los mayores decidieron que solo nos llevaríamos cuatro. Muchas de las que
teníamos las usábamos para dormir en las noches, y eran muy útiles. Hechas de
madera y partes plásticas de muebles o construcciones abandonadas. Eran
nuestros techos ambulantes que durante el recorrido habíamos tenido que cambiar
por retazos grandes de carpas y plásticos que enrollábamos a las carrosas para que
se pudieran cargar mejor. Desde donde inició el viaje, todos dejamos cosas importantes
para hacer más cómodo el recorrido.
El lugar estaba habitado por
un hombre de mayor edad que Mark junto con su hijo adolescente, nos recibió en una
bodega subterránea, que mantenía y cuidaba con sus propias medidas de seguridad,
contaba con un equipo de transmisión radial, el lugar pasaba inadvertido
gracias a su hermetismo. El hombre cuenta con un sinnúmero de dispositivos y
aparatos eléctricos muy parecidos a los que se encontraban deteriorándose en
las casas abandonadas. Todo allí funcionaba. La planta tenía armados en su
interior unos molinos que eran los encargados de generar la electricidad para
todo lo que necesitaban. Lo más impactante era el techo corredizo que dejaba
ver el cielo en muy buena parte, antes de encontrarlo creíamos que lo mejor del
lugar eran las cámaras como la que tenía oculta en la entrada por donde
ingresamos, por la cual nos identificó, aunque realmente ya nos había visto por
la del techo. El techo daba justo sobre la huerta que el señor llamado Job
junto con el joven Perci, mantenían cultivada. Propusimos el trueque y
contrario a nuestros pensamientos sobre lo que nos iba a pedir. Job quiso saber
si llevábamos agua, puesto que la que el logaba reunir venía de un sistema canalizado
desde un tubo que llegaba a una casa aledaña, con esta tenía un problema, solo
podía usarla para regar sus plantas y de vez en cuando para bañarse. La otra
opción que tenía era la que filtraba por el techo decantada por la humedad y
las lluvias. Por nuestra parte teníamos la que usábamos para comer cargada en
la cantidad de recipientes plásticos que llevaban las carrosas atados
alrededor. Debido al clima no podíamos bañarnos continuamente, las mujeres eran
la que si aprovechaban cada fuente de agua para asearse cuando se podía, aprovechando
los mismos lugares en los que nos deteníamos a abastecernos. El agua nuestra no
era transparente como nos contó Colt que debía ser, siempre tenía un color
amarillento, pero aun así tenía mejor aspecto que la del señor Job. Nos contó que tenía otro
hijo, el mayor quien los había dejado para dedicarse a explorar. Y cuando
regresaba le llevaba semillas y aquellas cosas útiles que no tenía, de a poco
habían ido dándole a ese lugar el aspecto y la vida que le permitían vivir
cómodamente. Su hijo mayor conocía muchos lugares y personas que se habían instalado,
como ellos, donde subsistían supliéndose y aprovechando los medios que el lugar les
daba.
El hijo mayor de Job se
llama Malcom, quién llevaba un transmisor de radio con el que reproducía música
y animaba a quien lo escuchaba a conservar las cosas aprovechables en los
diferentes lugares que iba pasando. Cuando deja de transmitir, su hermano toma
el control desde la planta programando la música del gran repertorio que han
logrado reunir. Con Perci estuve hablando y a pesar de que somos de la misma
generación tiene el comportamiento de una persona adulta, pero agradable. Él me
contó que su hermano lleva una batería de panel solar consigo, mediante la cual les es posible estar constantemente comunicados. Además de un walkie talkie potente para cuando necesitan hablar
directamente.
¿El clan habrá caído en una trampa al llegar a ese lugar tan equipado?
¿Es verdad lo del segundo hijo?
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