La música tenía el volumen en un punto en el que apenas si podíamos entendernos al hablar. Neida llevaba la ventana abierta lo que hacía que su cabellera luciera alborotada. Cantábamos sin darnos cuenta de la velocidad que llevábamos, Neida no medía la fuerza de su pie y la aguja subía sin control. El viento que ingresaba refrescaba el hervor que envolvía por completo el interior del carro. En ese momento yo iba a su lado. Por una hora continuamos a ese ritmo, la carretera tenía un tráfico denso pero se movía a buen ritmo. Al llegar a nuestra primera parada, un restaurante, aprovechamos para comer algo, no habíamos desayunado por salir de afán para evitar la aglomeración que se forma en la salida de la cuidad. Durante el trayecto hasta ese lugar todo había transcurrido sin contratiempos, comimos con calma. Al momento de pagar la cuenta ella me dio el dinero para que me acercara a la caja, mientras salió a fumarse un cigarrillo. En ese momento recibió una llamada. Durante la conversación su semblante cambio bruscamente. Hablaba con su amigo Carlos quien nos esperaba en nuestro destino, le había estado contando en que parte del camino nos encontrábamos. De cómo la estábamos pasando, se expresaba con gran alegría mientras le describía las cosas, pero, al momento de confesar que había soñado de nuevo con ese suceso incomodo por el que había pasado dos años atrás, su rostro se ensombreció. Sobre ese tema yo tenía un leve conocimiento. Se trababa del asedio que había sufrido por parte de un tipo que tenía vínculos sospechosos con el bajo mundo. El tipo la había estado pretendiendo y había llegado a seguirla a muchas partes. Ella tuvo que cambiar su residencia y su número telefónico, porque la intención del tipo pasó del cortejo al acoso. Pude notar que Carlos le dijo cosas agradables para sacarla de los pensamientos que la estaban agobiando, sonrío y terminó la llamada. Me uní a la causa y le empecé a hablar de la ropa que quería comprarme para asistir al matrimonio de mi primo Braulio, para el que faltaban todavía dos meses. Entre Neida y yo había una diferencia en edad de diez años. Ella tenía veintitrés. A pesar de ello nuestros gustos encajaban muy bien. Así que cuando alguna de las dos pasaba por un mal momento, la otra sabía bien por donde llevar la conversación o qué tipo de comida era perfecta para levantar el ánimo. Lo único malo de mi parte era que en los viajes que tomaban más de una hora, yo como acompañante siempre fui pésima. Debido a que la noche anterior nos habíamos ido a dormir muy tarde. Luego de haber desayunado no pude mantenerme por mucho tiempo con la misma energía de la madrugada. abandoné a mi piloto cuando apenas iban a ser las diez.
Cuando desperté de nuevo el carro se había detenido. Los vidrios de la parte delantera se estaban completamente abajo, la música apagada. Noté que me encontraba sola, un espasmo helado heló mi brazo derecho, alrededor una espesa vegetación le daba un tono sombrío a todo. El motor se encontraba en marcha, noté para mi desdicha que la puerta del conductor se encontraba abierta. Al dormirme estaba en la silla del copiloto, pero en ese instante en el que volvía a la realidad me encontraba en la silla de atrás. Neida no estaba, un viento caliente entro con violencia desordenado mi cabello mientas me iba levantando, lanzándolo sobre mi cara. Llamé a Neida dos veces, sin notar ningún cambio en los pocos sonidos que podían percibirse. Salí sin hacer mayor ruido, el carro había sido dejado en lo que parecía ser una entrada, debajo de un inmenso árbol que cortaba por completo la entrada de la luz. Eso me hizo pensar que había dormido demasiado y que ya estaba entrando el atardecer. Abrí la puerta del costado derecho descendí, aturdida y somnolienta todavía. Sin haberme alejado empecé a escuchar agua correr. La vegetación dejaba ver un sendero a muy poca distancia, en un transito imperceptible, quedé como si acabara de salir de un escondite. Ante mis ojos se desplegó un paisaje que parecía el truco de un ilusionista, un verde primaveral lució ante mis ojos. Un valle que se desbordaba desde un par de montañas, una a cada lado, lucia como una revelación. Absorta ante lo que me estaba encontrando, por un instante olvidé la situación en la que me encontraba, la somnolencia se evaporó por efecto del aire que refrescaba el lugar. Del trance me sacó la voz tenue de Neida que me llamaba, en un tono apenas perceptible.
- Evelin date la vuelta sin hacer mucho ruido - Susurró
Como si estuviese pisando cascaras de huevo hice el giro, al tiempo que mis ojos trataban de encontrar donde se encontraba mi amiga. Apenas pude ver su cara que sobresalía de unos pequeños arbustos, me detuve y me le fui acercando siguiendo la señal que me hacía de caminar lo más lento posible. Apenas estuve a su lado quise preguntarle de que se trataba la cosa. Ella sin volver a pronunciar palabra, estiró su brazo izquierdo para con su dedo índice mostrarme aquello que la obligó a mantenerse agazapada como un predador al acecho. El espectáculo del paisaje lo cerraba lo que parecía ser un venado de un naranja casi brillante que pastaba a pocos metros de la orilla del riachuelo que atravesaba el lugar. Neida volvió a hablar para empezar a ponerme al tanto de lo sucedido. – Te perdiste de un suceso deslumbrante. Luego de detenerme para acomodarte en la silla de atrás. Para que tu figura de espagueti recién preparado no se deslizara por la silla dejándote como un bulto mal acomodado. Continué el camino que los policías de carretera me indicaron, debido a que la autopista principal está cerrada por un choque. Seguí a los demás carros para no perder el sendero que nos sacaría adelante del percance. Todo iba bien hasta que un grupo de venados salidos de la nada me obligó a desviar. Cuando estaba haciendo el giro para retornar, se apareció ese exótico ejemplar que estas viendo, y que tal como si hubiese sido puesto para mí. Hizo que me dedicara a seguirlo maravillada. Neida no recordaba cómo había quedado en esa posición incómoda en la que se encontraba admirando al majestuoso animal, ni tampoco era consiente que había dejado el carro con el motor en marcha y a mí dormida en la silla trasera.
De regreso al camino. La música regresó y de esa manera nos encontramos repitiendo el ritual de la mañana. Cantábamos de nuevo, en ese momento lo que ocurría era que el sol se encontraba en contraposición y el día se aproximaba a su fin, mientras a nuestro viaje le quedaba una hora más de carretera. Haber dormido en la mañana me sirvió para no volver a dejarla sola al volante, a medida que avanzábamos pude presté gran atención a camino mientras pensaba en temas para tratar con ella, ayudándola a mantenerse lucida, sobre todo apenas salimos del lugar en el que nos detuvimos a almorzar. Normalmente a los carros que van por nuestro camino no les presto mucha atención, sin decir que no me sé ninguna marca en específico que me ayude a diferenciar uno de otro. Pero eso no evitó que me percatara de uno en especial con el que habíamos coincidido en el lugar del almuerzo, el cual para ese momento, además, llevaba más de media hora siguiéndonos. Algunas veces de cerca y por momentos parecía desaparecer, pero pude entender que dejaba que otros lo adelantaran para desaparecer del espejo. No quise decirle a Neida sobre el asunto, porque consideré que como muchos, simplemente seguía su ruta que coincidía con la nuestra. Un hecho que me empezó a inquietar fue que no aprovechó los espacios que tuvo para adelantarnos, como los demás que no tardaban en hacerlo. Neida no iba a la misma velocidad de la mañana. Se notaba cansada. Continué atenta sin dejar afectarme. Tenía la certeza de que en el momento menos pensado se perdería y no dejaría de ser sino una sospecha. Solo hasta que en nuestra última parada para comprar vivieres donde acostumbraba a hacerlo Neida en esa ruta. Pude darme cuenta que ese carro retomaba el camino al tiempo que nosotras al reanudar la marcha. Noté que se había estacionado unos metros adelante y solo hasta que nos movimos esté dejó pasar un carro e inició la marcha. Preocupada le hablé de mi sospecha a Neida, tratando de no alarmarla.
– ¿Oye son muchos los viajeros que llegan a ese lugar para el que vamos? – le dije al tiempo que volteaba a mirarla.
– Eso depende de la época ¿Por qué preguntas? – Respondió.
– Solo por saber -
Entonces se me ocurrió proponer que hiciéramos otra parada, para descartar definitivamente que ese carro si nos estaba persiguiendo. Le argumenté que había empezado a sentir una sed incontrolable, mientras escondía bajo la silla el agua que llevaba para hidratarme. Ella no lo pensó, y apenas encontramos donde se detuvo rápidamente, como si fuera una urgencia buscar la bebida. El carro sospechoso continuó su marcha alejándose por completo. Lo cual me tranquilizó.
Al volver a la vía, continuamos por un buen rato, sin ninguna novedad. No bajé la guardia, me quedé atenta del espejo. Y unos cortos minutos más adelante, note que el carro regresó, acercándose demasiado. Entonces decidí advertirle a Neida sobre el comportamiento extraño que había descubierto.
– Oye al parecer ese carro que tenemos atrás, lleva la misma ruta nuestra. Hace rato que lo vengo detallando y he notado que no nos rebaza, a pesar de las paradas que hemos hecho -
- Tienes toda la razón, estaba creyendo que era una suposición mía y por eso no le había dado importancia. Ya me ha pasado antes que me dejo alarmar por aquellos que casualmente van para el mismo lado – me dijo mientras miraba los espejos continuamente.
– Lo raro es que ha hecho las dos últimas paradas al mismo tiempo que nosotras, ¿Qué piensas? –
- El color es el que no me convence. No se parece a ninguno que conozca, ¿De qué color es? –
- Hasta donde pude notar es gris oscuro -
En ese momento, como si nos hubiese estado escuchando, buscó la forma de adelantarnos. Apenas pasó por nuestro lado pudimos notar que las ventanas del lado nuestro iban cubiertas por lo que parecía ser una tela. Se alejó hasta que lo perdimos de vista gracias a que su motor era mucho más potente. Nos miramos mutuamente y dimos un respiro de tranquilidad. Pasados diez minutos exactos, Neida tomó por una vía que se reducía a un solo carril. Continuó a media marcha, había empezado a oscurecer. A pocos metros de ese camino nuevo tuvo que pisar con rudeza el freno. De la nada fuimos recibidas por el destello de unas luces en pleno que otro carro encendió de repente, al instante se escuchó el ruido intenso del motor al ponerse en marcha. Neida puso la reversa y avanzo de inmediato. Maniobró así por unos metros, hasta que encontramos otro carro apunto de golpearnos, ella giró a la derecha. En la primera entrada que logró ver. El otro pasó derecho. Yo sentía retumbar mi corazón, mientras quedé agarrando con una mano la manija de la puerta y con la otra el brazo de Neida. Sin tomar aire ella reanudó la marcha haciendo chillar las ruedas. En ese momento pude notar que por su mejilla rodaba una lagrima, recorríamos ese camino sin tregua, recibiendo cada curva con ambas manos sujetas a la dirección, pronto nos encontramos un tramo empinado, que subimos demasiado rápido, con una imprudencia peligrosa. Neida bajo un la velocidad en el descenso, solo porque venía la siguiente curva y si no lo hubiese hecho, habríamos terminado metidas en una cerca que se vislumbraba en seguida. Una curva más delante fuimos sorprendas de nuevo por las luces en pleno de un nuevo carro también detenido, las dos pegamos un único grito escandaloso. Neida entendió que no alcanzaba a frenar sin chocarnos. Así que terminó metiendo el carro en el siguiente lote que pescamos, con la mala suerte que al pasar la cerca nos esperaba un árbol. Chocamos recibiendo el estallido de los cristales por completo. Ella quedó inconsciente. Aturdida me fui desmayando. Lo siguiente que pude recordar fueron nuestros cuerpos amarrados uno junto al otro en lo que parecía ser el platón de una camioneta. Ella continuaba sin dar señales de conciencia mientras yo me estremecía con cada movimiento del carro porque me dolía un hombro, como si me hubieran abierto la piel. Quise gritar pero la mordaza que apretaba mi boca me lo impidió.
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