domingo, 23 de abril de 2023

El aprendiz




Hoy me enseñó a mirar

Ella tiene la mirada borrosa, así como se tornan los vidrios de la ventana que dan a la calle al empañarse. Lo que ocurre al otro lado del cristal de su mirada no existe, existe únicamente la verdad por la supervivencia.

– Las ventanas no han dejado de llorar desde que la vida se jodió – Dice ella con su mirada fija en el cristal, tratando de encontrar en las imágenes ilegibles los días que se fueron y jamás volverán.

Me enseñó a meditar

Con el paso de los días he descubierto que detrás de la intensidad con la que ella mira cada objeto, vive el enorme deseo de detener el tiempo: capturar ese momento y quedarse en ese bucle de tiempo aferrándose como un latido único y eterno. Su respiración también se detiene, y he llegado a pensar que el torrente de su sangre dentro de sus venas hace lo mismo. Todo se pausa, a pesar de que las palabras continúen saliendo de su boca, como si tuvieran vida propia, habla casi sin mover los labios cuando su corazón baja el ritmo y todo se convierte en calma.

Nos aventuramos en las noches, aprovechamos para sacar la basura y las bolsas con los restos. Salimos cuando sabemos que no nos vamos a encontrar con nadie. Un seguro portador de la enfermedad, en los casos en los que nos hemos cruzado con alguno, ella es la que les hace frente. Muchos hacen un saludo y siguen su camino. Mamá devuelve el gesto sin pronunciar palabras, lo mismo hago yo siguiendo las advertencias precisas que ella me ha dado.

Ya se cuándo callar

– No hablar ni contestarle a nadie, el aire es el puente de la muerte – La gente cree que soy mudo, aquellos que no nos conocen piensan eso, he escuchado cuando lo afirman. Los raros nos dicen, tenemos la suerte de no escuchar sus calificativos gracias a que son contadas las veces en que nos los hemos cruzado. Son más los que pasan frente a la casa haciendo burlas o advirtiendo que aquí vivimos un par de anormales.

Nos hemos prometimos nunca olvidar a papá

Los quejidos de papá en sus horas de agonía, día por día se han ido aminorando. La casa guarda todo de él. Sus momentos de dolor se quedaron en las grietas como cicatrices. Dejó de alimentarse y las pocas cosas que lográbamos darle las devolvía, su respiración forzada vive en las rendijas de las ventanas, cuando el viento se mete silbando en agudos tonos. Cuando trataba de hablar el sonido de las palabras desaparecía de sus labios, terminando de darles forma con la gesticulación de sus labios. El día de su muerte se resumieron las angustias, se alargaron segundo a segundo, pedía con su mirada que no lo dejáramos ir. Por mi parte no deseaba alargar su sufrimiento. Si en mis manos hubiese estado le habría ayudado con una almohada sobre su rostro. Su dolor era mi dolor, creo que mamá tuvo la intención, pero su rabia y su deseo de hacerse daño ella primero le ganaron. No ha dejado de culparse por haber olvidado limpiar el paquete portador del virus. No debí haberles contado que el mensajero tosió varias veces antes de dejar el paquete. Los últimos días de papa se sucedieron en mi cuarto, mamá y yo pasamos a compartir el de ellos.

Se fue queriendo tener más tiempo para contarme todo lo que había aprendido antes y después de conocerse al enamorarse formando nuestra familia. Aunque ella no quería, lo acompañamos hasta su último momento. Porque ese fue su último deseo. Nos despedimos en familia envueltos en nuestro dolor. Cuando llegaron los funcionarios de la secretaría de salud, nos revisaron a los dos. No presentamos síntomas, ella como siempre ya tenía todo previsto. Usamos nuestros trajes de astronautas en todo momento desde que se supo que papá presentó síntomas, usamos los trajes a riesgo de que no sirvieran de nada todos habíamos tenido contacto con el paquete que contenía irónicamente los elementos de desinfección.

Hoy supe que ser fuerte, es tener carácter.

Mamá siempre ha sido muy fuerte, yo he ido aprendiéndole, especialmente cuando se ha encerrado en su cuarto para ocultar su dolor, su miedo. Descubrí que los tiene, la primera vez que la escuché llorando en su cuarto, sabe disimularlos muy bien, nunca le he dicho que lo sé. Podríamos entrar en discusión y es mejor evitarlo, no me gusta ver su transformación cuando se envuelve en su ira demoledora.

Muchos creen haber regresado a la normalidad, o así lo han querido demostrar. Pero la verdad es que la única normalidad es la que vivimos nosotros. No hemos bajado la guardia, nos quedamos en casa y vivimos cerrándole las puertas al seguro regreso la muerte invisible, Por eso todo lo que nos llega es recibido por la portezuela, no tenemos ni siquiera contacto visual, no debe haberlo ahí puede estar el riesgo.

Ella es mi profe en mis horas de estudio, juntos somos un equipo.

Desocupamos la bodega abajo de la escalera donde permaneció amarrado el cuerpo del hombre desconocido, hasta que dejó de quejarse cuando la bolsa con la que le envolvimos su cabeza ahogó sus incomodos quejidos. Lo ignoramos, según las cuentas de mamá su agonía tardó hasta que se terminó el aire; con la bolsa esperábamos evitar el inminente contagio.

Repasando los hechos: El tipo se metió en la casa justo cuando salimos a dejar la basura que para esos días poníamos en el frente de la casa sin importar las quejas de la gente, evitábamos caminar, exponernos. Ninguno de los dos lo advirtió. Lo fuimos a encontrar en la cocina merodeando las ollas del almuerzo. Se notaba que andaba en la calle por su olor y por la ropa que vestía. Al vernos trató de explicar que solo quería comida, yo quedé petrificado, ambos él y yo nos miramos como dos animales asustados aterrados el uno de otro. Ella de inmediato se transformó, eso me asustó más. Tomó acción de una manera tan rápida que no vi venir nada. Ni el tipo ni yo tuvimos tiempo de cruzar palabras.

– Lo ves hijo, porque no se puede bajar la guardia – Dijo luego de derribar al tipo de un solo golpe en la cabeza con el martillo. Creo que ya lo traía en sus manos cuando entró en la cocina tapándose la boca al tiempo que atacaba. No vi cuando busco el martillo, todo en mi memoria está borroso. Cuando trato de recordar las cosas los hechos pasan demasiado rápido. Tengo escenas cortadas. A pesar de que habíamos hablado y preparado las cosas para una situación como esa muchas veces, llevarlas a cabo en caliente requiere experiencia. Para eso estaba mamá a mi lado para hacérmelo entender con su ejemplo. El tipo por su parte debe estar allá en ese lugar al que van los muertos, preguntándose qué fue lo que pasó.

Lo que mamá te enseña no se olvida

Lo que pasó señor muerto: fue que tuvimos que buscar en línea un congelador que nos pudiese servir para guardar mas mercado y de esa manera reducir las exposiciones y las salidas. Cuando llegó el que escogimos de color gris plata. Pudimos acomodar el mercado sobre el vidrio oscurecido con un plástico, debajo del cual acomodamos las partes de su cuerpo, incompleto para el día de hoy, pues cada tercer día hemos salido muy sigilosamente a dejar parte por parte en diferentes alcantarillas y desagües.  Esa es una de las misiones de cada noche, en uno diferente cada día hemos ido dejándolo. los días en los que ha llovido hemos hecho hasta tres salidas aprovechando la corriente de agua y la poca visibilidad.

Han pasado 20 días señor muerto, nos realizamos la prueba y el resultado fue, por fortuna negativo. Pero como dice ella y como todos sabemos, las mamas son sabias: - Es mejor prevenir no hay que bajar la guardia - Uso las mismas palabras de la mía.

Hoy aprendí que matar por defensa, no es matar


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