DOS
- Escúchame, tengo muy
poco tiempo Jesica acabo de escapármele al jefe. No te había podido
llamar, el teléfono estaba descargado, ¿Anoche usamos condón cierto? –
- Sí, pude darme cuenta. Había
estado llamándolo, porque tengo la misma duda. No encontré nada en el suelo del cuarto ni la basura del baño. –
- No me digas eso, la cosa es
delicada, al salir te busco y hablamos, no puedo hablar más tengo que colgar -
Anoche conservó dos copas que se
llenaron y vaciaron numerosas veces. Dos orgasmos continuos se vivieron, en el primero ella se
puso abajo. Luego pasó arriba. Dos sombras recibió la pared, la de rasgos masculinos
al inicio y la del perfil femenino y cabello desordenado, al momento de caer el
telón que cerraría el día, con su contagioso como regalo.
UNO
Varias tardes lleva Gerardo
sentándose a la hora propuesta en las notas arrojadas bajo la puerta, a
esperar a que por el costado norte de la plaza llegara al fin ella. Le dijo que
se llama Tatiana , sus rasgos: Cabello negro rizado, acabado de peinar, ojos
achinados marrones con una misteriosa línea que rodea el iris con un violeta oscuro,
labios medianos que caen hacía la izquierda cuando preparan una sonrisa. Al hablar
destaca mucho la letra ese en sus palabras, parecen un leve silbido. Ese y el día
anterior, cuando Gerardo llegó al local ella tenía en su camisa sobre el hombro
derecho una mancha de tonalidad verde, que él no logró identificar bien de que
se trataba. No pudo lograrlo porque su atención estaba centrada en ese efecto tranquilizante
que le causaban las palabras dichas por ella, además había otro efecto particular
en el tono de su voz. Cada vez que decía algo, un estallido levemente
imperceptible similar al de una bomba de jabón al reventar se quedaba en el
aire como una lluvia de escarcha, colores convertidos en sonidos. Su llegada al
lugar había sido hacía la hora de cambio de turno. Por esa razón fue que pudieron
hablar sin apuros. Gerardo pensó mucho sobre cuánto le gustaría poseer la habilidad
de detener el tiempo. Fue fácil sentir que el agrado era reciproco. Hablaron de
las cosas buenas que cada uno tenía para contar. Al final de su segunda charla,
ella le había dado su dirección, quería que cambiaran de lugar, que se tomaran
ese café allí donde el paso del tiempo no importara. Tatiana le había apuntado la
dirección en una servilleta. Lo último que se dijeron en la parada de bus, fue que al
otro día él la esperaría de nuevo, para concretar la fecha de su cita en el apartamento
de ella. Las cosas no se dieron. Tatiana no sabía que a la mañana siguiente sería
despedida de su trabajo sin previo aviso, por esa razón no alcanzó a esperarlo.
Contaba con que él llegara a donde ella vivía, lo espero mirando a la ventana a diferentes horas. No tenían teléfonos como
comunicarse, únicamente el del local, el del trabajo donde nunca la pasaban
porque no estaba permitido sino para los casos de emergencia. Ocasionalmente reciben
los mensajes que se dejan, solo a veces. Gerardo por su parte hizo la labor de
buscarla, apenas supo que se había quedado sin trabajo y hasta había recomendado entre
sus conocidos por uno nuevo. Fue a visitarla a la dirección que ella le había
anotado en la servilleta. No tuvo suerte de encontrarla. Decidió entonces empezar
a dejarle notas, con el numero de su vecino, el zapatero para que le dejara razón
de sus horarios. Gerardo había concluido pensar que si no la había encontrado
era por que ella había encontrado pronto un nuevo trabajo, y que el horario le
había cambiado mucho a comparación con el del local. En sus notas le dejó la
ubicación del lugar en la plaza en la que la estaría esperando. Describió la
silla, el jardín y las flores que hay al respaldo de esta, los locales que desde
ahí se pueden ver. La vida los había puesto a corta distancia, sin que llegaran
a saberlo. Ella trabajaba ahora a media calle del punto de encuentro propuesto.
El horario era similar al que tenía antes. La razón de su desencuentro, se debía a que en la dirección copiada en la servilleta
le faltaba el número UNO, ese dígito había sido borrado por una mancha de café
y en su lugar podía distinguirse otro diferente.
- ¿Qué mala impresión le habré causado para que no me quiera buscar? - Era la duda que lo asaltaría, de día y de noche.