sábado, 17 de octubre de 2020

Empanadas de carne


 


Come de mí y llévame.

En cada ocasión que me decía  - olvídate de mí -  la sangre se me hacía espesa, - Me molesta tu amor - puntualizaba mientras mi torrente en una gruesa maza negra se debatía. Sin importar la hora en que me lo dijese, era seguro que esa noche despertaba mi instinto lobezno que no le daba tregua a lo que mi boca quisiera comer o beber. Todas las cosas perdían el sabor, nada valía, mi sombra no se dejaba ver y el odio por todas las cosas especialmente en ese día era insuperable. Solo hasta que mi cuerpo sucumbía al cansancio, le llegaba el turno a la verdad del renacimiento. Despertaba amándola con mayor intensidad, alimentado por el despunte de un nuevo día, no había olvidado lo sucedido en la noche anterior. Se me renovaba el amor y lo mejor de todo era el regreso del gusto por los sabores y una exquisita resiliencia por mis semejantes. Ella decía no sentir nada útil por mi. Le daba poco valor a mi cuerpo desnudo junto al suyo, apagaba toda luz sin importarle que ello incluyera asesinar el sol que se estremecía en mi interior. Una tarde me pidió que matara, y como no fui capaz (en su presencia) me dejó sumido en la profunda oscuridad.

Después de su partida retomé el negocio que mamá me había heredado y que por andar siguiéndole los pasos a aquella mujer había abandonado hasta dejarlo en la miseria. Con esmero mi madre me había enseñado a manejarlo todo, me había puesto a trabajar a su lado para que cada detalle se quedara impregnado. Mientas seguía los pasos de ella mi amada egoísta, olvidé por completo lo que sabía hacer en mi labor, olvidé el sabor, olvidé las recetas, las cuentas y el negocio decayó de tal manera que no me era posible aceptarlo. Tal fue la cosa que un día llegué a pasar por el lugar y mirarlo desconociéndolo mío, hasta llegue a envidiar al dueño, a ese dueño imaginario dentro de mi enredo de la lógica. La verdad era que lo odiaba, porque no quería compartir sus conocimientos conmigo, tenía tantas cosas que su mamá le había enseñado mientras yo buscaba como poder darle una buena vida a ella y su belleza embargadora, siniestra. Me tenía como el esclavo dispuesto para la sobriedad de su carne, me había convertido en su tiempo dejando de contemplarme. Llevaba mis vestigios hasta donde consideraba que le era agradable verme suplicar, verme intentarlo todo para “hacerla feliz” cuando lo que en verdad estaba ocurriendo era que la única felicidad cierta era la mía, me sentía pleno, me sentía complacido, no me importó que se llevara lo mejor que tenía para ofrecer. Agobió todo a su merced, disfruto de mis buenas intenciones. Usó mi esencia para ponerla de cortina escondiendo en su forma de ser las cosas que le hacían engordar su egolatría, su auto cuidado y su contemplación. Era sumamente hermosa. Yo había malgastado todo lo útil que el negocio de mamá tuvo. Me pesa pensar que mi madre debía estar pasándola mal al darse cuenta del desperdicio en que me convertí, por pretender amar donde jamás existió la conmiseración ni la reciprocidad. Me bañe por una semana con agua de mandarina. Desocupe mi casa de todas las cosas que me la llegaran a recordar, lavé con vinagre mis recuerdos, sin odio, quedé sin rencor alguno por ella, gocé todo lo que estuvo a mi alcance los pocos momentos en los que su sonrisa fue orgánica y sensata. Me quedé con los contados momentos en que engañosamente me di a la tarea de creerme el cuento acerca de lo nuestro como pareja. No le deje ver mis debilidades, no deje que se identificara mi dolor y no le di paso al miedo que sentía en ese momento por la soledad. Mis sentimientos por ella eran tan fuertes que me habían hecho adentrar en un imaginario sinuoso. Vivía lo que el espejismo de mi amor me proyectaba. Un lugar hermoso dispuesto a mis placeres mediante la completa autocomplacencia. Estaba sumergido en unos pantanos ajenos a mis ojos, el efecto de sus lodosos fríos y sus rastreras sanguijuelas eran imperceptibles, no sentía olor ni dolor. Toda mi piel tenía marcas que yo lucia como besos impresos sobre la piel, tenía otros nombres para los chupones de su boca traviesa. Me había convertido en un anémico ser que gozaba de sus fetiches. Qué intensa felicidad me envolvía. Cuando la neblina se desvaneció mi bulímico semblante emergió a flote enlodado, putrefacto y paliducho. El filo de la realidad me embargó por completo, revelándome mi funeral. Lo extraño era que aún respiraba, estaba viendo mi cuerpo entero  sin necesidad de un espejo. Destrozado por el horror usé las mínimas fuerzas que me quedaban para huir espantado, no logré llegar muy lejos. Ella me alcanzó y continuó devorándome atragantándose enteramente de lo poco que quedaba, mis fuerzas solo me estaban alcanzando para agonizar, lo único que tenía a mi favor era que mi conciencia conservaba sus funciones plenas, me aferre de esta con lo que me alcanzaba a quedar y en un descuido por fin escapé.

Por nueve noches continuas me siguió mediante pesadillas a pesar de que me mantuve despierto la mayor parte del tiempo. Tenía algún vínculo cercano con Freddy Krueger porque apenas el sueño me ganaba ella llegaba sin falta para envolverme con sus más descabellados deseos. Mientras continuaba siendo su presa tuve un solo instante para pensar mi nuevo escape. Debía dejar de pensarla, me llegó ese pensamiento en una maravillosa luz que afloró mostrándome el camino de la libertad. Esa fue la vez en que de verdad pude escabullirme de su recuerdo acusador. Solo quedaba una cosa por hacer, debía también evitar su cuerpo porque su recuerdo era su alma impúdica y acosadora, la que había logrado engañar desde mis pensamientos, pero su cuerpo aún me pertenecía. La busqué y apenas supe que la tenía cerca pude ver que deambulaba  como una ciega, llevé conmigo una venda para cubrir mis ojos en el momento preciso de abordarla, ya que también tenía los dones de medusa y era claro que si me topaba con sus ojos mi futuro sería permanecer eternizado como una estatua. Usé las últimas prendas de ropa que me quedaban para a manera de turbante agobiar su cabeza. La noquee de un solo golpe y la llevé hasta la única cueva que conocía en la montaña más cercana, la dejé bien amarrada sin destapar su rostro para que otro como yo no se enamorara también, llené con mis medias su boca para que no la escucharan quejarse, por ultimo sellé la entrada del lugar y me desaparecí despavorido, desnudo y literalmente cagado del susto me adentré entre la maleza. Esperé a que fuera de noche y me devolví para mi casa abandonada, usando a manera de taparrabo las únicas hojas adecuadas que encontré. Apenas entré cerré todo el lugar y reí saboreando mi libertad, me dolía la cara por la mueca de la risa que tensionaba mis músculos porque hacía mucho que no había vuelto a reírme. La felicidad me embargó al recordar que ese negocio por el que sentía envidia, era mío, yo era el cocinero, el dueño y también el artífice de todas las demás funciones que lo mantuvieron en marcha. Estaba putamente feliz, había regresado el vendedor de las empanadas.

Cuando tuve alientos reorganicé todo, busqué las ropas adecuadas y me aventé a la calle, hermético ante la gente, asustado como un animal recién desenjaulado. Padecí esos días con el ínfimo deseo de buscar la cueva y encerrarme junto a ese ser que había dejado allí, eso que ya no tenía nombre. Afronte sin desearlo a toda la gente que me conocía y me preguntaba por mi prolongada ausencia, inventé un viaje. Conseguí comprar con las pocas cosas de valor que me quedaban un mercado generoso junto con los insumos necesarios para volver al ruedo. Mientras me organizaba me llegó un chisme que me dejó desinflado, en mi ausencia había surgido una competencia. Un antiguo compañero de estudio se había dedicado a atender toda mi clientela. Volver a abrir el negocio fue muy duro, al notar que estaban quedándose la mayoría de las frituras, empecé a medir muy bien las cantidades para no perder todo, y los sobrantes los regalé para de esa manera volver a atraer a los ausentes. Tenía seguros a los fieles que conocían el negocio antes de mi silenciosa partida, pero eso no era suficiente, replantee la receta hasta que la fin me convertí en el competidor que el gremio necesitaba. las ventas regresaron y el esfuerzo por mantenerlas se hizo mas fuerte, la competencia sacaba nuevas fórmulas que parecían agobiarme, no decaí me mantuve. Con la competencia nivelada las cosas volvieron a regularse y volví a comer alimentos apropiados, el regreso me había obligado a darle prioridad a los insumos dejando la comida de un lado, creí que no iba a resistir pero la persistencia ganó la partida y subsistí.

Una tarde un cliente que poco frecuente me mostró lo que parecía ser la falange de un dedo dentro de su empanada. Lo que provocó un escándalo que me llevó a un retroceso paupérrimo por cuatro días seguidos. La gente dejó de regresar, pero tuve la suerte inversa que saben dejar los escándalos, el hombre y todos los que habían estado probando mi receta ese día en particular, por arte de magia atrajeron curiosos y mi fama empezó a crecer. De nuevo estaba en la competencia pero ahora con todos los puntos a mi favor, a pesar de que esa no sería la primera empanada con sorpresa adentro. 

SENTENCIA CANINA (Microrelato)

  Gruñía, sin apartar sus ojos negros del ladrón. A través de sus dientes el veneno brotaba espumoso, por esa razón íbamos de camino al ve...