Come de mí y llévame.
En cada ocasión que me
decía - olvídate de mí - la sangre se me hacía espesa, - Me molesta tu
amor - puntualizaba mientras mi torrente en una gruesa maza negra se debatía.
Sin importar la hora en que me lo dijese, era seguro que esa noche despertaba
mi instinto lobezno que no le daba tregua a lo que mi boca quisiera comer o
beber. Todas las cosas perdían el sabor, nada valía, mi sombra no se dejaba ver
y el odio por todas las cosas especialmente en ese día era insuperable. Solo
hasta que mi cuerpo sucumbía al cansancio, le llegaba el turno a la verdad del
renacimiento. Despertaba amándola con mayor intensidad, alimentado por el
despunte de un nuevo día, no había olvidado lo sucedido en la noche anterior.
Se me renovaba el amor y lo mejor de todo era el regreso del gusto por los
sabores y una exquisita resiliencia por mis semejantes. Ella decía no sentir
nada útil por mi. Le daba poco valor a mi cuerpo desnudo junto al suyo, apagaba
toda luz sin importarle que ello incluyera asesinar el sol que se estremecía en
mi interior. Una tarde me pidió que matara, y como no fui capaz (en su
presencia) me dejó sumido en la profunda oscuridad.
Después de su partida retomé
el negocio que mamá me había heredado y que por andar siguiéndole los pasos a
aquella mujer había abandonado hasta dejarlo en la miseria. Con esmero mi madre
me había enseñado a manejarlo todo, me había puesto a trabajar a su lado para
que cada detalle se quedara impregnado. Mientas seguía los pasos de ella mi
amada egoísta, olvidé por completo lo que sabía hacer en mi labor, olvidé el
sabor, olvidé las recetas, las cuentas y el negocio decayó de tal manera que no
me era posible aceptarlo. Tal fue la cosa que un día llegué a pasar por el
lugar y mirarlo desconociéndolo mío, hasta llegue a envidiar al dueño, a ese
dueño imaginario dentro de mi enredo de la lógica. La verdad era que lo odiaba,
porque no quería compartir sus conocimientos conmigo, tenía tantas cosas que su
mamá le había enseñado mientras yo buscaba como poder darle una buena vida a
ella y su belleza embargadora, siniestra. Me tenía como el esclavo dispuesto
para la sobriedad de su carne, me había convertido en su tiempo dejando de contemplarme.
Llevaba mis vestigios hasta donde consideraba que le era agradable verme
suplicar, verme intentarlo todo para “hacerla feliz” cuando lo que en verdad
estaba ocurriendo era que la única felicidad cierta era la mía, me sentía
pleno, me sentía complacido, no me importó que se llevara lo mejor que tenía
para ofrecer. Agobió todo a su merced, disfruto de mis buenas intenciones. Usó
mi esencia para ponerla de cortina escondiendo en su forma de ser las cosas que
le hacían engordar su egolatría, su auto cuidado y su contemplación. Era
sumamente hermosa. Yo había malgastado todo lo útil que el negocio de mamá
tuvo. Me pesa pensar que mi madre debía estar pasándola mal al darse cuenta del
desperdicio en que me convertí, por pretender amar donde jamás existió la
conmiseración ni la reciprocidad. Me bañe por una semana con agua de mandarina.
Desocupe mi casa de todas las cosas que me la llegaran a recordar, lavé con
vinagre mis recuerdos, sin odio, quedé sin rencor alguno por ella, gocé todo lo
que estuvo a mi alcance los pocos momentos en los que su sonrisa fue orgánica y
sensata. Me quedé con los contados momentos en que engañosamente me di a la
tarea de creerme el cuento acerca de lo nuestro como pareja. No le deje ver mis
debilidades, no deje que se identificara mi dolor y no le di paso al miedo que
sentía en ese momento por la soledad. Mis sentimientos por ella eran tan
fuertes que me habían hecho adentrar en un imaginario sinuoso. Vivía lo que el
espejismo de mi amor me proyectaba. Un lugar hermoso dispuesto a mis placeres
mediante la completa autocomplacencia. Estaba sumergido en unos pantanos ajenos
a mis ojos, el efecto de sus lodosos fríos y sus rastreras sanguijuelas eran
imperceptibles, no sentía olor ni dolor. Toda mi piel tenía marcas que yo lucia
como besos impresos sobre la piel, tenía otros nombres para los chupones de su
boca traviesa. Me había convertido en un anémico ser que gozaba de sus
fetiches. Qué intensa felicidad me envolvía. Cuando la neblina se desvaneció mi
bulímico semblante emergió a flote enlodado, putrefacto y paliducho. El filo de
la realidad me embargó por completo, revelándome mi funeral. Lo extraño era que
aún respiraba, estaba viendo mi cuerpo entero
sin necesidad de un espejo. Destrozado por el horror usé las mínimas
fuerzas que me quedaban para huir espantado, no logré llegar muy lejos. Ella me
alcanzó y continuó devorándome atragantándose enteramente de lo poco que
quedaba, mis fuerzas solo me estaban alcanzando para agonizar, lo único que
tenía a mi favor era que mi conciencia conservaba sus funciones plenas, me
aferre de esta con lo que me alcanzaba a quedar y en un descuido por fin
escapé.
Por nueve noches continuas
me siguió mediante pesadillas a pesar de que me mantuve despierto la mayor
parte del tiempo. Tenía algún vínculo cercano con Freddy Krueger porque apenas
el sueño me ganaba ella llegaba sin falta para envolverme con sus más
descabellados deseos. Mientras continuaba siendo su presa tuve un solo instante
para pensar mi nuevo escape. Debía dejar de pensarla, me llegó ese pensamiento
en una maravillosa luz que afloró mostrándome el camino de la libertad. Esa fue
la vez en que de verdad pude escabullirme de su recuerdo acusador. Solo quedaba
una cosa por hacer, debía también evitar su cuerpo porque su recuerdo era su
alma impúdica y acosadora, la que había logrado engañar desde mis pensamientos,
pero su cuerpo aún me pertenecía. La busqué y apenas supe que la tenía cerca
pude ver que deambulaba como una ciega,
llevé conmigo una venda para cubrir mis ojos en el momento preciso de abordarla,
ya que también tenía los dones de medusa y era claro que si me topaba con sus
ojos mi futuro sería permanecer eternizado como una estatua. Usé las últimas
prendas de ropa que me quedaban para a manera de turbante agobiar su cabeza. La
noquee de un solo golpe y la llevé hasta la única cueva que conocía en la
montaña más cercana, la dejé bien amarrada sin destapar su rostro para que otro
como yo no se enamorara también, llené con mis medias su boca para que no la
escucharan quejarse, por ultimo sellé la entrada del lugar y me desaparecí
despavorido, desnudo y literalmente cagado del susto me adentré entre la
maleza. Esperé a que fuera de noche y me devolví para mi casa abandonada,
usando a manera de taparrabo las únicas hojas adecuadas que encontré. Apenas
entré cerré todo el lugar y reí saboreando mi libertad, me dolía la cara por la
mueca de la risa que tensionaba mis músculos porque hacía mucho que no había
vuelto a reírme. La felicidad me embargó al recordar que ese negocio por el que
sentía envidia, era mío, yo era el cocinero, el dueño y también el artífice de
todas las demás funciones que lo mantuvieron en marcha. Estaba putamente feliz,
había regresado el vendedor de las empanadas.
Cuando tuve alientos
reorganicé todo, busqué las ropas adecuadas y me aventé a la calle, hermético
ante la gente, asustado como un animal recién desenjaulado. Padecí esos días
con el ínfimo deseo de buscar la cueva y encerrarme junto a ese ser que había
dejado allí, eso que ya no tenía nombre. Afronte sin desearlo a toda la gente
que me conocía y me preguntaba por mi prolongada ausencia, inventé un viaje. Conseguí
comprar con las pocas cosas de valor que me quedaban un mercado generoso junto
con los insumos necesarios para volver al ruedo. Mientras me organizaba me
llegó un chisme que me dejó desinflado, en mi ausencia había surgido una
competencia. Un antiguo compañero de estudio se había dedicado a atender toda
mi clientela. Volver a abrir el negocio fue muy duro, al notar que estaban
quedándose la mayoría de las frituras, empecé a medir muy bien las cantidades
para no perder todo, y los sobrantes los regalé para de esa manera volver a
atraer a los ausentes. Tenía seguros a los fieles que conocían el negocio antes
de mi silenciosa partida, pero eso no era suficiente, replantee la receta hasta
que la fin me convertí en el competidor que el gremio necesitaba. las ventas
regresaron y el esfuerzo por mantenerlas se hizo mas fuerte, la competencia
sacaba nuevas fórmulas que parecían agobiarme, no decaí me mantuve. Con la
competencia nivelada las cosas volvieron a regularse y volví a comer alimentos
apropiados, el regreso me había obligado a darle prioridad a los insumos
dejando la comida de un lado, creí que no iba a resistir pero la persistencia
ganó la partida y subsistí.
Una tarde un cliente que poco frecuente me mostró lo que parecía ser la falange de un dedo dentro de su empanada. Lo que provocó un escándalo que me llevó a un retroceso paupérrimo por cuatro días seguidos. La gente dejó de regresar, pero tuve la suerte inversa que saben dejar los escándalos, el hombre y todos los que habían estado probando mi receta ese día en particular, por arte de magia atrajeron curiosos y mi fama empezó a crecer. De nuevo estaba en la competencia pero ahora con todos los puntos a mi favor, a pesar de que esa no sería la primera empanada con sorpresa adentro.
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