Gruñía, sin apartar sus ojos negros del ladrón.
A través de sus dientes el veneno brotaba espumoso, por esa razón íbamos de camino
al veterinario para vacunarla, pero antes de llegar fuimos robados. El atracador llenó sus bolsillos con todas nuestras cosas de valor, y su piel desgarrada por los
colmillos de Reina, acogió las fiebres del contagio.