domingo, 15 de mayo de 2022

Huesos en el pentagrama

 

 

“A medianoche se abre una tumba, sale un esqueleto bailando una cumbia”   Fragmentos de la canción los esqueletos de Puerto Candelaria.


 

La música no tenía un volumen muy alto, Dorlan llevaba los audífonos bien puestos. La canción que se estaba reproduciendo en su dispositivo, era un rock. En el exterior sonaba otra al tiempo, sin quitarle protagonismo. Escuchaba y entendía ambas sin perderse. La otra era interpretada por los niños que cantaban en la intemperie, esa canción de los esqueletos. Podía sentir incluso como los niños jugaban metros atrás de la silla en la que él se encontraba. Jugaban por allá por la zona verde junto a las canchas que quedan al centro del parque. Los sentía muy cerca sin verlos porque les estaba dando la espalda.

 

“Tumbas por aquí í í, tumbas por allá ah ah ah”

 

El rock en su dispositivo se terminó, la que cantaban esas voces infantiles continuaba, es pegajosa, su letra invita a ser repetida, es divertida. Un juego alegre de huesos, que bailan y se mueven haciendo cosas aún después de muertos. Dorlan movía su cuerpo al ritmo de la música. Escuchaba mientras se imaginaba su figura infantil, jugar sin tabúes ni penas al lado de esos niños desconocidos. Mientras vivía el contagio de la música vio pasar a uno de ellos. Un pequeño niño de piel morena, cabello largo como, reía mientras cantaba, esa canción que es una ronda, una invitación a un juego musical.  El pequeño iba disfrazado de indígena, descalzo con su pelo desordenado, dejaba en el ambiente un olor a hierba seca y tierra húmeda. Desbordaba de felicidad y tranquilidad.

 

“Con una tibia y un peroné, se arregla las uñas María Salomé”

 

En su reproductor otra canción comenzó. La dejó continuar, pero bajó el volumen la ronda lo tenía envuelto. Le estaba evocando la candorosa alegría de su niñez. Miraba al niño cantarla, bailarla y vivirla, el juego de las palabras rimando en su boca era divertido. Ese pequeño estaba tan concentrado en su danza que no advertía la presencia del hombre con audífonos sentado en esa silla al aire libre. No había nadie más en ese lugar. Los pequeños y Dorlan.

 

“Con mocos tiernos de un recién nacido, los esqueletos preparan el cocido”

 

Un sol también juguetón despedía el día trenzando sus rayos rosados por entre las ramas de los árboles. El niño vestido de indígena rodeó tres veces la silla en la que Dorlan permanecía, luego fue a perderse entre los árboles al tiempo que un cabello rosa del sol se extinguía siguiéndole el rastro. Las demás voces infantiles continuaban con el canto. El deseo de unírseles en el juego superó su realidad de mayor de edad. Giró su cuerpo para encontrar el lugar en el que se encontraban todos reunidos, al darse la vuelta pudo darse de cuenta que en el lugar no había nadie mas que él y la música que llegaba a sus oídos. Tratando de entender la situación, se quitó los audífonos. De inmediato la música que sintió venir de ese lugar se escapó como un eco huérfano a la deriva. La única música correspondía a la canción que sonaba desde sus audífonos, tenue y lejana. Giró una vez más para ubicarse, para dar con algo que le explicara lo sucedido. Nada ocurrió.

 

“Con la sotana de un viejo cura, los esqueletos preparan la verdura”

 

Concluyó que se trataba de la broma dispuesta por los recuerdos bien conservados de su infancia. Se acomodó de nuevo los audífonos, regresó a su realidad con la música que había estado escuchando. Sonrió por lo que acababa de experimentar. No alcanzó a disfrutar mucho de su gesto, a los pocos segundos la canción con coro de niños volvió a sonar. La danza también regresó, pero en esta ocasión no era un solo niño el que bailaba, eran dos, sin ropa, sin piel, sin carne. Dos esqueletos infantes, bailando una ronda como dementes.

 

“Sobre las ruinas de un monasterio, se abren las tumbas de un cementerio”

 

Una fuerza envolvente e incontrolable se apoderó de la voluntad de Dorlan, su cuerpo dejó de obedecerle. En el baile de los pequeños huesos hacía falta un integrante. La coreografía comprendía tres cuerpos, el llamado era directo y evidente el tercero debía ser el hombre que se encontraba en la silla del parque, solo precisamente a esa hora. Con alegría, con disposición se les sumó, sin saberse la letra de la canción la cantó. Sin haber ensayado, sin conocer los pasos su cuerpo se unió reconociéndose en ese lugar en el que no había estado. La noche que acababa de empezar era fría, pero el cuerpo de Dorlan urgía, por danza tenía la sangre caliente y el deseo incontrolable de moverse. La música era apremiante, dominante y abrasante. Al iniciar la noche, un cuerpo indomable se unió a una danza plena, empalagosamente rodeado por el alborozo del sonido circundante. Una danza sin fin lo acogería para no cesar nunca, no se volvería a sentar, ya no quedaría nada más.

 

“Tumbas por aquííí, tumbas, tumbas, tumbas nada más”

SENTENCIA CANINA (Microrelato)

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