Eres el único que me va a entender, lo
sé muy bien, no me defraudes. Me dijo, maleta en mano al emprender su camino.
Los jueves en las tardes, Lucero me
esperaba en su casa para tomarnos unas onces y mientras nos reíamos de nuestros
pairos y derivas. Ella me contaba las novedades con respecto a lo que la semana
le había deparado, yo hacía igual. Como siempre desde que la conozco ha sido
una persona muy organizada, sin queja por parte de todas las personas que la
conocen. Pero la tarde de ese jueves en especial, me encontré con una Lucero
diferente. Su casa estaba desordenada, invadida por una prisa que no le
correspondía, mientras seguía lo que parecía ser el rastro afanado de un
ladrón, que busca sin saber los elementos de valor. Sus cosas preciadas, el
ladrón del tiempo, pasaban los años, que para ella continuaba inmutable, igual,
perpetuo. En su casa faltaba todo lo apreciable, lo intangible. Las cosas
materiales habían perdido su valor, el café fue con un mal sabor adelanto a los
hechos, lo vine a entender un día después cuando la sombra de Lucero se
convertiría en un recuerdo borroso de pie allá en el paradero de las flotas, el
sinsabor de su fragancia flotaba como un alma en pena, abandonada por su dueña.
Se le veía preocupada, afanada. Su semblante era como el de alguien que está por
cometer un delito. El aire que circundaba el lugar no era pacífico. Lucero
corría, hablaba sola. Me hizo pensar en esas situaciones en las que la gente
debe salir huyendo, armar su maleta con lo primero que encuentre porque prima
la vida, la paz o la honra se encuentran en juego. Lo único que ella tenía
verdaderamente listo era un envoltorio con sus llaves para mi estratégicamente
ubicado para no olvidarlo. Con todas las evidencias a la luz, esperé a que
tuviera un momento lejos del desenfreno para preguntarle cual era el motivo de
toda esa carrera desesperada, me angustió verla así. No me respondió, no aclaró
el motivo o la raíz de todo lo que pasaba ante mis ojos. Tenía la urgencia de
salir, de dejarlo todo y eso era lo que estaba precisamente haciendo. En sus
ojos había otra, otra Lucero que miraba las cosas como lo hace quien no tiene nada
que perder.
- En este mundo debemos tener más
amigos que amores. Los amigos son eternos, los amores mutan – Se detuvo un momento
para decirme eso especialmente, luego me avisó que informaría cuál sería su
destino, en el momento oportuno.
Esa tarde no hubo tiempo del café. Sus
palabras serían precisas, los temas puntuales y ni tiempo de sentarnos, lo
necesario se hablaría sobre la marcha. Mientras las maletas iban siendo
ocupadas. Lo primero que me dijo, era que no lo iba a aplazar más las cosas, le
dejó encargados el perro y el gato a la vecina. Porque yo no iba a tener tiempo
para cuidarlos. Regar sus plantas era mi única tarea. Con la carga de no
dejarlas morir, a sabiendas de que eso no iba a ser fácil, soy muy descuidado
con eso. La decisión se la habían hecho tomar, esos recuerdos de su niñez que
la estaban llamando de regreso a un lugar en especial, en el que había vivido
por un año, recordaba ese lugar con gratitud y sentía que de alguna manera
pertenecía a este. Necesitaba apartarse del cuidado que se había convertido en
sobreprotector por parte de los familiares de su hombre, que había muerto hacía
más de un año. Necesitaba estar en un lugar en el que nadie la conociera, allí
donde sus pasos y sus cambios, dejarían de ser vigilados. Donde si se le diera
la gana podría hasta llamarse, Marina, Linda, Laura o hasta Paula uno nunca sabe.
Desde que se separó de su madre, notó
que no había vivido sola, lo primero que hizo fue trabajar en una casa de
familia, luego compartió con una compañera de trabajo su pequeño apartamento.
Al empezar a trabajar en el almacén de telas, saltó directo al matrimonio, a su
nueva casa y vida de casada, con ello a cuidar hijos y nietos. Su cuerpo le
estaba pidiendo ahora que podía andar sola, que debía irse a ese lugar en el
que a nadie tendría que darle cuentas. Por eso lo dejó sus cuentas organizadas
y se fue a vivir la vida que de joven no pudo. Libre y aprendiendo cosas
nuevas, conociéndose en silencio, explorando su soledad sin dolor y sin
preguntar que estaba bien y qué no. Alguna vez leyó una nota que estaba
guardada dentro de un libro. Era una nota anónima que decía: “Solo podremos
saber el verdadero significado de la soledad si en verdad nos apartamos de
todo. La soledad está mal catalogada, como un mal del ser humano. Pero en
verdad como poder describir su magnitud en lugares en los que siempre existe
alguien vigilándonos. Nadie está completamente solo, hasta el más ermitaño que se adentra en
una montaña, comparte con seres imaginarios, animales y la naturaleza que se
encuentra alrededor. Cohabita con todos y se adapta, de la misma manera en el
entorno que lo hace con ese nuevo habitante. En todo lugar se esconde una
historia, sin importar que se trate de una vida que existe en silencio”, bajo
esas circunstancias Lucero no está sola. Está conociéndose con libertad. Solo
estoy yo que dejé ir su amistad, aunque reflexionando, no la deje ir ese era su
camino, aunque a sus cercanos no nos gustara. Se fue hace ya más de seis meses,
está feliz, las visitas que nos hacíamos cada semana pasaron a ser cada mes.
Mas historias que contar. La distancia nos ha unido más, hablamos cuando se
puede por teléfono, aparato que ha ido dejando, aunque no le ha sido posible del
todo, es la única forma en que se puede comunicar con su familia, a pesar de
que prefiere las cosas como se hacían hace años, ser visitada, atender a la
persona que llega cerca para hablar mirándose a los ojos y reconocer la
sinceridad, los teléfonos de ahora nos están alejando cada día más, lo asegura
continuamente.
Cada vez que nos encontramos la noto
más feliz, Lucero es otra, es una nueva amiga dentro de esas facciones
conocidas, con sus mismas palabras, consejos y cariño, pero otra mujer al fin y
al cabo. La que existió en ese lugar al que se fue. Esa mujer joven que no era
mi amiga todavía, que estaba comenzando a vivir. Cada vez que nos encontramos
ella me muestra lo que verdaderamente fue. Me gusta mucho esa antigua Lucero,
renovada con sus antiguas costumbres, que están siendo revividas desde la
fuerza de la experiencia. Es la aventurera que detuvo su marcha junto a su
familia. Mi amiga dista de la que muchas veces se quedaba en silencio por un
largo instante, sin saber que decir, sin entender que era lo que le pasaba,
como llamar a eso que la embargaba. Se trataba de su cuerpo gritando desde
adentro por un poco de libertad. Necesitaba cambiar de nombre, pasar junto a
otros que no prestan atención a lo que llevas o no, si te maquillaste o no, si
saludas o no. Se ha ido para dar una nueva lección, que ha empezado por
decirnos a los que creíamos conocerla, que no se trataba de un capricho, o de
un impulso que se pasa con los días. De su parte entendí muy bien que andamos
atados llevando nuestras vidas adheridas a las vidas de otros. Vivimos de forma
paralela pero no somos libres. Estamos encerrados y sujetados por unos hilos
invisibles que no existen, pero que han sabido dejarnos esas marcas imborrables
en la piel que solemos llamar arrugas. Por eso estoy escribiendo una carta a mi
familia, me voy a buscar mi rumbo, sin timonel, sin ruta. Ya estoy dejando mis
cuentas claras, y los pendientes finiquitados. Me voy a seguir el rastro de
Lucero, la voy a visitar y le llevo cuatro almojábanas de las que le gustan y
me tiene encargadas, sé que ella me va a recibir con un tinto, pasaré a
visitarla sin saber cuándo volveremos a vernos, puede ser que se me una y
juntos recorramos otros lugares. Puede ser que nos empecemos a comunicar por
medio de cartas, como se hacía antes, con cartas y postales. En las maletas
llevo poco, por el camino las iré llenando. Todo gracias a Lucero que dejó la
puerta abierta para el que quiera salir a buscarse, yo solo soy el primero en
pasarla y aventurarme.