domingo, 31 de julio de 2022

Mirando arriba


 


Teníamos la costumbre de recostarnos en el suelo con Jorge, sobre el pastal al lado de la cancha de futbol los sábados en la noche, apenas salíamos de su casa o la mía luego de haber visto el capítulo de esa noche en la serie La misión del deber. De fondo teníamos ese techo negro que al despejarse algunas luces dejaba ver, casualmente muchas de esas noches las nubes estuvieron ausentes, nos entreteníamos con el destello de aquellas contadas estrellas que lograban verse. Por largos instantes  permanecíamos en silencio cazando estrellas fugaces. Aprovechando el paso de cada una para pedir los ingenuos deseos, que imaginábamos terminarían haciéndose realidad. Cuando el silencio era interrumpido, presumíamos nuestras novias al tiempo que nos planteábamos preguntas acerca cual sería nuestro futuro en esos años por llegar. Hoy años más tarde en otro lugar, pero en la misma cuidad con mi cabeza cana y con algunas historias pendientes por contar. Me he recostado a interpretar el mismo cielo, como el músico que lee después de mucho tiempo la partitura de una canción archivada, olvidada. En ese pastal, el cielo también había envejecido se notaba opaco, era sábado de nuevo, pero esta vez estaba solo sin ese amigo, sin su amistad, distanciados por el tiempo. En esta ocasión no había silencio, un grupo de jóvenes tenían uno de esos aparatos tecnológicos diminutos con sus estrafalarios parlantes en los que sonaba una canción de esas que llaman hip hop, con una letra muy adecuada a los devenires que empezaban a aparecerse por mi memoria.  

 

“De niño tenía fuerza sobrenatural,

saltaba montañas y despejaba cielos como un vendaval,

tenía hermanos, primos y parceros.

Hermanas, amigas y novias amantes de seda de cuerpos electrizados como los aguaceros.

 

Otra vez de noche. El pasto sobre el que permanecíamos recostados estaba húmedo, unas gotas eran de agua otras del sudor emanado. Aliana arriba mío agobiaba mi cara con el meneo de sus senos, el cielo que alcanzaba a ver tenía una similitud al de esta noche. Ese día el frío fue intenso, en la tarde había llovido, por eso la piel del pecho y del abdomen de Aliana lucía brotada por sus poros cerrados. Mis manos huyéndole al frío se refugiaron agarradas de sus nalgas desnudas debajo de su falda, ayudando a intensificar el ritmo en cada subida y bajada. Con sus manos ella se sujetaba a la pared trasera de la capilla, esa que daba justo al respaldo del altar. La fiesta había terminado a las tres. Nosotros a las cuatro. Agotados de baile y pasión, ella luego de cerrar su blusa se recostó sobre mí sin cambiar de posición. Por encima de su hombro mis ojos buscaban aquella luz estelar que al pasar escuchara mi deseo con la intención, de que pausara ese momento eternamente y que lo cumpliera a cabalidad. Por una hora nos quedamos dormidos, despertamos justo antes de que empezaran a llegar los feligreses para la misa dominical de siete.

 

“ Al que me hizo llorar, al otro que mi risa vio brotar,

al que llamé enemigo y al que como yo hoy recuerda lo que fue visto y lo que se dijo.

Hoy pongo al cielo como testigo, que sigo vivo por lo que cuento recuerdo y revivo.

Eres parte de mi paz, de mis rabias y de los designios,

Si en mi vida estuviste, como cicatriz o caricia vuelvo a sentirte.

Cicatrices como días, caricias como noches”

 

Alguna vez de esas, recostados mirando al cielo han sentido que son atraídos a una caída infinita, o que el cielo al mover sus nubes causa esa sensación de que estamos volando. Con las piernas estiradas sujetaba al pequeño Dilan, lanzándolo hacía ese fondo azul y recibiéndolo devuelto al rebotar con los  algodones blancos, recostado sobre el tapete verde en la planicie de una montaña de la sabana. Dilan reía con todo el ímpetu de su niñez haciendo estremecer mi corazón. Su felicidad era inevitable, yo disfrutaba verlo alzarse en vuelo desacomodando el viento que arriba sostenía las cometas icónicas que cada agosto repuntan sobre el cielo bogotano.

 

“Cuando me vaya no cierres tu puerta sin darle el adiós a mi recuerdo,

por mi parte te voy a llevar en esta canción,

que sabe a ti como a mí porque habla de los dos:

por eso no te alejes disgustado y que te gane la rabia,

cuando en nuestros corazones hay amor todavía.

Cuando el tiempo nos aparte,

nómbrame en paz, como lo hago yo ahora que te llamo a mi lado.

sin pausar

singular

sin parar

sin dudar.”

 

La música se acabó, esa canción desconocida en mis recuerdos se implantó. Mientras mis ojos ebrios de firmamento buscaban a esa estrella que tantas veces los sábados pasó a visitarme, en las diferentes épocas en las que me recosté a esperar cuando llegara a presumir su alegría mientras yo aprovechaba la oscuridad para esconder la sombra mía.


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